Mareas
Suena ahora mismo la bso de "El príncipe de las mareas". Una de esas películas que te marcan en cierto modo. Yo no pensaba que pudiera hacerlo de manera indirecta, pero así fue: para alguien entonces muy allegado a mí supuso un aldabonazo muy fuerte en su alma. Yo diría que de proporciones desconocidas e inesperadas, pues algo cambió desde entonces y poco a poco fue transformándole desde dentro hacia afuera. Hoy esa persona es completamente distinta a que conocí hace casi treinta años y, además, estamos en extremos opuestos en casi todo lo que de verdad importa.
Las mareas a veces mecen tranquila y serenamente, llegando a provocar el sueño en el que va encima de ellas; otras, rompen sin piedad contra las rocas y los faros, intentando quebrar su hieratismo de piedra. Hay ocasiones en las que entran hasta la playa y roban todo lo que pueden para llevarlo a Posidón como ofrenda de paz; en estos casos pueden llegar a ser crueles con el hombre y arrasan lo que encuentran a su paso para arrastrarlo al mar, quiera o no acompañarlas.
Las mareas, dicen, tienen que ver con la luna, ese ser inconstante y brillante que por las noches me acompaña en mis desvelos o en mis sueños -los mejores y también los peores-. Selene, que ya se viene conmigo a trabajar por las mañanas y enseguida sale a verme por las tardes. No sé yo si con el cambio de hora del fin de semana seguirá siendo fiel a nuestro ritual, pero sí sé que me ama con toda su orla y que estará ahí, visible o no, cada mañana para darme los buenos días.
Mareas altas y bajas, como también tiene el alma, la vida de los sentimientos de cada uno: decimos que estamos de bajón o que tenemos un subidón (por lo visto, nada en su término medio). Ahora mismo estoy yo entre uno y otro: no estoy mal, ni pensarlo ni imaginarlo. Estoy serena y en calma; soy feliz y consciente de que todo en mi vida está donde y como tiene que estar; los altos y los bajos, cada uno en su sitio.
Mañana se cumple un mes ya desde que mi padre partió hacia las moradas eternas, con sus padres y los padres de sus padres, con ese hermano que no conocí y al que seguramente ya estrecha entre sus brazos. Sin embargo, no por eso me siento sola. Obviamente, el hueco que un hombre tan grande deja en la vida es enorme y que es irreemplazable, pero no es menos cierto que cada vez que le recuerdo o hablo de él (y también con él, que estoy que no paro un momento), siempre es con una sonrisa, con el sentimiento de que las cosas son como deben ser y que él desde su actual lugar está velando por nosotros de otra manera a como lo hacía antes.
Si antes ya daba gracias por la familia que Dios me regaló, ahora lo hago aún más por haberle tenido como padre, porque se dejó cuidar por mí y eso me permitió en cierto modo "devolver" el hecho de haberme cuidado él a mí durante tanto, tantísimo, tiempo. Ver cómo un padre (con todas las connotaciones y quereres y modos de ser de un hombre educado en la postguerra española) llega a dejarse cuidar y querer, sin oponerse a nada, aceptando cada golpe que le venía, cada visita al médico o cada ingreso hospitalario, sin rechistar demasiado, sonriendo a quienes iban a tratarle y, eso sí, preguntando e interesándose por cada medicamento que le prescribían, para qué servía y por qué ese y no otro, te deja huella. Y una huella que siempre tiene el mismo efecto secundario: un especial brillo en los ojos y una gran sonrisa en el alma, que siempre acaba emergiendo a la cara. Mis sonrisas de cada día son más numerosas y la mayoría vienen cuando aflora algún recuerdo de él, cuando la marea de los recuerdos trae restos de su vida en la mía y los deposita en mis ojos, que son los que tienen más agua salada, los que también de vez en cuando, terminan por replicar en forma de mar.
Las mareas a veces mecen tranquila y serenamente, llegando a provocar el sueño en el que va encima de ellas; otras, rompen sin piedad contra las rocas y los faros, intentando quebrar su hieratismo de piedra. Hay ocasiones en las que entran hasta la playa y roban todo lo que pueden para llevarlo a Posidón como ofrenda de paz; en estos casos pueden llegar a ser crueles con el hombre y arrasan lo que encuentran a su paso para arrastrarlo al mar, quiera o no acompañarlas.
Las mareas, dicen, tienen que ver con la luna, ese ser inconstante y brillante que por las noches me acompaña en mis desvelos o en mis sueños -los mejores y también los peores-. Selene, que ya se viene conmigo a trabajar por las mañanas y enseguida sale a verme por las tardes. No sé yo si con el cambio de hora del fin de semana seguirá siendo fiel a nuestro ritual, pero sí sé que me ama con toda su orla y que estará ahí, visible o no, cada mañana para darme los buenos días.
Mareas altas y bajas, como también tiene el alma, la vida de los sentimientos de cada uno: decimos que estamos de bajón o que tenemos un subidón (por lo visto, nada en su término medio). Ahora mismo estoy yo entre uno y otro: no estoy mal, ni pensarlo ni imaginarlo. Estoy serena y en calma; soy feliz y consciente de que todo en mi vida está donde y como tiene que estar; los altos y los bajos, cada uno en su sitio.
Mañana se cumple un mes ya desde que mi padre partió hacia las moradas eternas, con sus padres y los padres de sus padres, con ese hermano que no conocí y al que seguramente ya estrecha entre sus brazos. Sin embargo, no por eso me siento sola. Obviamente, el hueco que un hombre tan grande deja en la vida es enorme y que es irreemplazable, pero no es menos cierto que cada vez que le recuerdo o hablo de él (y también con él, que estoy que no paro un momento), siempre es con una sonrisa, con el sentimiento de que las cosas son como deben ser y que él desde su actual lugar está velando por nosotros de otra manera a como lo hacía antes.
Si antes ya daba gracias por la familia que Dios me regaló, ahora lo hago aún más por haberle tenido como padre, porque se dejó cuidar por mí y eso me permitió en cierto modo "devolver" el hecho de haberme cuidado él a mí durante tanto, tantísimo, tiempo. Ver cómo un padre (con todas las connotaciones y quereres y modos de ser de un hombre educado en la postguerra española) llega a dejarse cuidar y querer, sin oponerse a nada, aceptando cada golpe que le venía, cada visita al médico o cada ingreso hospitalario, sin rechistar demasiado, sonriendo a quienes iban a tratarle y, eso sí, preguntando e interesándose por cada medicamento que le prescribían, para qué servía y por qué ese y no otro, te deja huella. Y una huella que siempre tiene el mismo efecto secundario: un especial brillo en los ojos y una gran sonrisa en el alma, que siempre acaba emergiendo a la cara. Mis sonrisas de cada día son más numerosas y la mayoría vienen cuando aflora algún recuerdo de él, cuando la marea de los recuerdos trae restos de su vida en la mía y los deposita en mis ojos, que son los que tienen más agua salada, los que también de vez en cuando, terminan por replicar en forma de mar.
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