Círculos concéntricos

Así. Lo mismo que un árbol. Mi vida va creciendo a lo ancho cerrando círculos. Cada anillo, un libro nuevo que se termina y deja paso a otro nuevo, ni mejor ni peor que el anterior, sino distinto a todos los anteriores. El único punto en común de todos ellos es el centro, lo más profundo de mi ser, que permanece protegido por los años que va acumulando a su alrededor. Miles, millones de experiencias a veces imperceptibles que van jalonando mi vida.
Hoy se ha cerrado otro más. Y otro acaba de empezar con el último suspiro del que ya forma parte de mi historia. Comenzó hace casi un año, con forma de aventura, de territorio inexplorado, casi de rito de iniciación para un mundo nuevo, aunque algo conocido, pero muy diferente a como podía imaginármelo.
Si ahora miro atrás, veo los obstáculos que he tenido que sortear y que han sido muchos hasta el último instante, de muchas clases, colores, formas y maneras, algunos llenos de dolor, otros incluso con angustia, pero todos ellos han quedado atrás porque siempre Su mano ha estado llevándome por el camino que debía escoger, a veces incluso en brazos, sintiendo mi llanto en su hombro y cómo me aferraba a él, clavándole los dedos en su enorme espalda.
Tiempos muy duros que llegan como tempestades inesperadas en el Mar de Galilea... ¡Qué poca fe tenéis! Y lleva razón al decirlo, porque demasiado a menudo se me olvida que le tengo a mi lado, más aún, forma parte de mi, vela por mí, me riega, me abona y se preocupa de que crezca con fuerza y robusta, no sólo en mi tronco sino, sobre todo, en mi raíz, bien clavada en el suelo y en su absoluto Amor.
He terminado y he vuelto a empezar, pero un escalón más arriba. Aún quedan más, pero lo más difícil (que era empezar) ya está hecho, ya sé lo que me espera y cómo no tengo que hacer las cosas. Lo primero que siempre se aprende es dónde está el error y que la gracia del asunto está no sólo en no repetirlo, sino en hacerlo bien la próxima vez. Podrá haber nuevos errores, pero no los mismos.
Tarde de preludio de otoño, con la lluvia cayendo con fuerza en mi cancela, tronando y cayendo rayos a mi alrededor. No me esperaba encontrar una tarde como esta: una preciosa música de fondo, de Lori Mechem, melancólica ella como yo, me está llevando las manos por las teclas y todo va fluyendo solo, las palabras se me caen de las manos como las flores de los cerezos en Japón, sin prisa y sin pausa. Voy tejiendo esta entrada de blog después de bastantes días de la última.
A veces la vida parece que me puede, que no habrá forma de levantar cabeza; un mazazo tras otro, sin dejar siquiera respirar de una vez a la siguiente, casi boqueando como un pez fuera del agua. Pero eso es sólo un instante, y se termina en cuanto veo sus ojos clavados en los míos. Todo se vuelve fácil, comprensible y asumible, por mucho trabajo que cueste, por mucho que duela cargar con la cruz que ahora mismo llevo -llevamos varios- en las espaldas, se puede porque las fuerzas ya no son sólo mías, sino que Él ha acudido, presto, en mi ayuda, como un Lancelot divino que aparece en el último momento a rescatar a la damisela en apuros.
Círculos concéntricos, no sabes dónde empiezan ni dónde acaban. Un aro tras otro, como las ondas en el agua, se expande mi vida, se expande mi amor por los que forman parte de mí. Gracias a Él, que es mi savia, mi ser, mi todo, puedo crecer sin miedo, feliz y dichosa bajo la tormenta que ahora mismo ruge fuera.

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