Por ti yo iré...

"Por donde quiera que me lleve tu alma, por donde quiera que me lleve tu imaginación yo volaré..." canta Diego Torres en mi casa, impidiéndome la quietud ni siquiera para escribir... ya ha conseguido levantarme a bailar una vez, ¡que me gusta bailar, Dios mío! Por favor, si hay algún príncipe por ahí preparándose para mí, que vaya a una academia de baile...
Ya en serio. ¿Dónde iría por ti? No lo sé. Por donde tú quieras llevarme de la mano, como siempre, mirándome hasta el fondo del alma con esa sonrisa eterna en tu rostro, esa línea curva infinita en tu semblante, reflejo de la mía y de otra mucho más grande y profunda que existe en mi corazón desde hace años. ¿Cuántos? No lo sé. Nunca me ha entrado la curiosidad por hacer la cuenta, pero son muchos; desde que yo era sólo un sueño de Dios ya estabas pensando en mí, en las aventuras que correríamos juntos, en todo aquello que me gustaría hacer, y en los regalos que me ibas a hacer para que pudiera ser feliz ya, aquí, en la tierra de María Santísima.
Esta mañana he escuchado una frase que me ha llegado con fuerza: "os digo esto para que vuestro gozo sea completo". Para eso, sólo para culminar la alegría de conocerte, de saber que yo no te he elegido a ti, sino que fuiste tú -y sólo tú- quien me eligió a mí. Te acercaste como quien no quiere la cosa, suave, discreto, casi susurrando a mi corazón palabras de amor desconocido para mí hasta entonces, cuando yo sólo era una joven inocente e ingenua, que pensaba que esto de ser cristiana era algo que traíamos "de serie"... ¡qué equivocada estaba yo entonces!
Y, así, creciendo, conociéndote por fuera, sin grandes compromisos, sin mirarte a los ojos, dejándome llevar por la corriente de entonces, llegué a la juventud y no sé lo que ocurrió. Probablemente hice lo que no debo y por primera vez me fijé en tu mirada. Tus ojos. Se me clavaron y ahí caí. Con todo el equipo. De repente, me di cuenta de que eso que había escuchado a lo largo de mi vida me había calado todo el corazón, el alma y el cuerpo; porque todo cambió a mi alrededor y en mi interior. Aprendí a mirar con los ojos del alma, con los tuyos, y el mundo fue distinto, y las personas fueron diferentes, y una inquietud nació, un desasosiego interior que me llevó a creer que había algo más. Y de repente todo se oscureció.
Años de oscuridad, de caminos equivocados, cantos de sirena y sibilinos mensajes me llevaron por extraños y solitarios caminos hasta llegar al punto de no retorno. Y no estabas. Mejor dicho, no sabía dónde estabas, porque en realidad me llevabas en brazos y me recompusiste, y me amaste aún más, y me lo demostraste aún más, y me abrazaste como nunca lo habías hecho hasta entonces. Te sentí tan dentro de mí como decía S. Agustín: más dentro de mí que yo misma. Y entonces lo dijiste: "Por ti yo iré...", y caí en la cuenta: por mí fuiste hasta la Cruz; una y mil veces lo volverías a hacer porque me amas como jamás me amó ni me amará nadie, ni siquiera mi bendita madre.
Por ti yo iré ¿a dónde? A ningún sitio, porque sin ti no puedo ir a ninguna parte.

Comentarios

Entradas populares