Por fin...

Es la canción que suena esta nublada mañana de abril en mi despacho ahora mismo. Una versión preciosa, lenta, con mucho swing y más flow, con un piano que marca la melodía de ese At last que Etta James borda y clava en lo más hondo del alma cuando la canta.
Por fin ¿qué? ¿ha pasado algo en tu vida, Lola? Pues no, no hay nada radicalmente nuevo que me haga exclamar de tal manera, pero sí hay algo distinto: Hoy. 25 de abril de 2018. Día nuevo, único e irrepetible... como yo. No es inmodestia, sino la más objetiva realidad.
Estoy aprendido mucho, muchísimo con esto de iniciar una carrera desde la cincuentena: los apuntes se ven de otro modo, cuesta bastante más conseguir que se asienten conceptos, nociones, números y fechas, pero el aprendizaje cala más hondo que cuando tenía 18 - 20 años. Estas semanas estoy a vueltas con la antropología, disciplina nueva que requiere sosiego y concentración casi al mil por cien, pero que es preciosa; me encanta dar vueltas a esa maravilla de la creación llamada hombre, que es mucho más de lo que a simple vista parece.
Tranquilo, no salgas corriendo, que no voy a dar lecciones con palabras ininteligibles para los no versados en el tema. No soy -al menos aún no- tan pedante ni repelente como para eso. Sí quiero compartir contigo que, a medida que voy avanzando en la lectura del libro, voy llegando a conclusiones propias sobre la perfección del diseño de la persona humana. Me he ido deteniendo en el cuerpo físico que tenemos y que es mucho más asombroso de lo que en principio puede parecer. Expresiones como "se ama con las manos", me han llegado muy hondo. Es verdad, las manos pueden hacer infinidad de cosas (ahora, por ejemplo, son el vehículo para escribir estas líneas), pero también pueden hablar, decir muchas cosas, si no, intentad hablar sin moverlas. Una caricia suave que recorre un rostro, u otra mano, puede hablar muchísimo más que cualquier discurso o cualquier palabra que un alma desee decir a otra, incluso pueden hacer que se erice el cogote de la emoción que es capaz de producir.
No digamos ya, la mirada, esa capacidad que sólo tiene el ser humano de hablar con los ojos, y de la que he escrito tantas veces. Cuántas declaraciones no escritas se oyen con los ojos y llegan hasta lo más profundo del alma. Los ojos, tan locuaces y expresivos ellos, pueden transmitir todas y cada una de las emociones que recorren el corazón de cualquier humano. Como detalle, tenemos los ojos por encima de nariz y oídos porque la vista es el principal de los sentidos, por el que nos llega la mayor cantidad de información, y aquí llega el dato pedante: en el año 2015 el Instituto Max Planck de Psicolingüística publicó un estudio sobre la jerarquía de los sentidos y llegó a esta conclusión; estudios realizados durante varios años sobre trece idiomas diferentes, descubrieron que los verbos relacionados con el sentido de la vista eran claramente predominantes. Podéis leerlo, si queréis, en la web del instituto: "Look first" (Max Planck Gesellschaft: www.mpg./de/en).
El lenguaje es un don, un privilegio del que sólo goza el hombre para darse, para relacionarse con el otro. Somos y estamos hechos "para", abiertos a los demás, amables, amados y amantes del prójimo que se nos acerque, porque nacimos del amor de Dios y del amor de nuestros padres. ¿Nos daremos cuenta algún día de esto? Estamos hechos por y para amar, para aceptar al otro tal y como es, porque es igual que yo, tan ser humano como yo, independientemente de a quién vote o  del equipo de fútbol que le guste, raza, ideología, creencia o religión. Estamos hechos por y para ser felices, porque ahí es donde está la felicidad: en el amor. Nada hay más desinteresado, más hermoso y más "productor" de felicidad que el amor.
El día que seamos conscientes de ello y lo pongamos en práctica, ese día sí que oiremos un "¡Por fin!", pero no será nuestro, sino de Aquel que nos creó.

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