300 y algo más

No. Tranquilos, que no voy a hablar de la película ni de la famosa batalla del desfiladero de las Termópilas, Leónidas y sus guerreros espartanos. Resulta que al abrir el blogger para esta entrada, he visto que ya he escrito ¡300! Me parece increíble, no llevo la cuenta porque la cantidad nunca es importante -al menos para mí- pero sí me parece un motivo muy importante para dar gracias a Dios por este don y porque su gracia no se ha terminado, sino que sigue regalándomela cada día para que continúe escribiendo, cantando, bailando y proclamando a voz en grito la grandeza de su amor por mí, su generosidad en el reparto diario de regalos en mi vida y la cantidad de personas geniales que estoy conociendo, algunas de las cuales se han quedado en mi vida para siempre.
Trescientos es un número considerable para mí, porque no hace tanto tiempo que lo inicié y menos aún que lo retomé tras mi tropezón, caída y casi resurrección. Lo cierto es que podría haber escrito muchísimas más, las mejores diría yo, pero esas se han quedado entre Él y yo; las poesías que salen del corazón de los enamorados son para ellos nada más, pertenecen al secreto del amor más profundo y sin reservas que puede existir.
Acabo de leer el testimonio de un seminarista de 3º en el Seminario de Moncada (Valencia). Lleva foto y la verdad es que es un chico bastante guapo, al que muchos podrían decir que dónde va en los tiempos que corren, a hacerse "cura". Pues va a eso, a curar al mundo, a los prójimos que Dios ponga en su camino, a sanar corazones rotos, a dar a los abatidos palabras de aliento y a contar con su vida y su preciosa sonrisa que Dios nos conoce por nuestro nombre, conoce nuestras andanzas (buenas y malas) y, con todo, nos ama con la locura de alguien que es padre y madre a la vez.
Los sacerdotes no son más que los demás cristianos. El bautismo es el mismo para todos y a todos nos deja la misma marca de hijos de Dios ("made in The Holy Trinity"), nos da parte en su amor y nos hace herederos de toda la gracia que él quiere regalarnos, que es tan grande que no se puede describir ni medir con parámetros humanos. Tienen un gran regalo de Dios que es dejar que Cristo actúe a través de ellos perdonando faltas (qué gran regalo el del Sacramento de la Reconciliación), ayudándonos a comenzar y recomenzar, una y otra vez, sin cansarse de perdonarnos. Además, son ellos los que, en la Eucaristía, nos dan el alimento que nos ayuda en el camino. Un inmenso don ese de invocar al Espíritu Santo para que el pan y el vino sean el propio Cristo, que se hace asequible para quedarse un ratito en nosotros, con nosotros y para nosotros.
Trescientas entradas ya, y ésta es la trescientas una, una acción de gracias a mi Padre Dios, que me ha dado el inmenso regalo de la fe, de conocer a su Hijo y de enamorarme perdidamente de él, de saber que su Espíritu está conmigo y me ayuda cada día, sobre todo con los libros y el trabajo.
Bendito sea hoy y por siempre.

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