Laetare

"Alegraos" es la traducción del título de la entrada de hoy. Es domingo, cuarto del tiempo de Cuaresma, y se llama así porque ya queda poco para llegar a la Pascua, mi gran fiesta y este año es verdaderamente especial para mí, pues cumplo años en el día justo de preparación para la gran Vigilia Pascual. Empiezo cumpliendo años y termino celebrando la resurrección de Cristo. Imposible tener mejor regalo de cumpleaños para mis cincuentaydós.
Hoy, domingo, apenas pasan diez minutos del mediodía y las nubes me obligan a tener encendida la luz del salón mientras escribo. Llueve fuera y mi cancela pone el ritmo discorde con la música chill out que escucho en los sonidos suaves, cadenciosos y aterciopelados de Ituana.
Llueve, y nada más por eso ya he de dar gracias a Dios porque bendice la tierra con el agua que ansía desde hace mucho tiempo. La lluvia, esa alegría de los cielos que rezuma gozo en forma de agua y que, como dice Isaías de la Palabra de Dios, no vuelve al cielo sin antes haber cumplido su misión: fecundar la tierra y hacer que broten de ella toda clase  de plantas, demostración palpable de la vida que nos rodea por todas partes y que, por más que queramos, no se deja dominar así como así.
Igual que la lluvia es el amor: va cayendo, sin parar, a distinto ritmo y en distintas ocasiones, pero ahí está él, obstinado, golpeando nuestro corazón hasta que consigue volverlo permeable y traspasable. Entonces tiene lugar el milagro de la verdadera alegría, de ese gozo contenido pero invasivo, de ese estado especial del alma que recibe la inundación del amor y que, desde ese instante, no volverá a ser igual.
Laetare, alegraos, porque el Amor de Dios se derrama a cada momento como la lluvia: a veces, un "calabobos" que te deja hecho una sopa cuando te quieres dar cuenta; otras, un huracán que te arremolina el alma y te envuelve en un vertiginoso torrente; en otras ocasiones es una lluvia fina, constante y suave, que te invita a salir sin paraguas y a mirar al cielo con una sonrisa en la cara, dejando que te moje y te empape por dentro y por fuera... ¡tantas formas de lluvia cuantas personas existimos en el mundo!
La alegría -que no el jolgorio, que es distinto- es una característica de los que nos declaramos perdidamente enamorados de Cristo; es imposible no estar alegres llevando tal clase de amor en el alma. Esa chispa inagotable que puebla los ojos de aquellos que vamos así por la vida, conscientes de que, más pronto o más tarde, por nuestra condición de amar sin condición, sufriremos a manos de cualquier desaprensivo que se quiera aprovechar de nosotros, pero que desconoce que eso no nos importa lo más mínimo, puesto que el amor siempre vence y una herida más o menos tampoco nos va a matar. Es imposible que nos maten el corazón, porque ya no es nuestro sino de Cristo y es Él quien nos defiende, quien nos sujeta y levanta tras cada golpe, reforzándonos cada vez más en nuestro cimiento particular. No hay más secreto que el amor. Sólo él triunfa siempre.

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