Incalificable

Ese es mi actual estado emocional. No sé explicar lo que siento ahora mismo. Día raro el de hoy, en el que se han acumulado muchos sentimientos, algunos demasiado opuestos como para llevarse bien, pero que no me dejan indiferente, ni siquiera dentro de los cánones de la normalidad.
Hoy es Sábado Santo, o de Gloria, según el optimismo con que se quiera ver. Hoy es un día serio, casi triste, para los que creemos en Jesús de Nazaret. Ayer celebrábamos la liturgia de su tortura, muerte y sepultura, y, además, tuvo un buen "backstage": hacía un frío de mil demonios y al salir de los oficios (bellamente preparados y celebrados) un aguanieve se clavaba en la cara como agujas lanzadas por el inmisericorde ventarrón que dominaba la Plaza de Santa María. Heroico gesto el de mi querido Obispo, saliendo al balcón para bendecir las gentes y los campos desde los cuatro puntos cardinales con la reliquia del Santo Rostro, como es tradición de Viernes Santo. El Señor se lo tendrá en cuenta.
Es la sensación comparable a la que se tiene después que ya ha pasado todo, que toca ir a casa pero no se tienen ningunas ganas porque el recuerdo de los buenos ratos vividos impide pasar la página tan rápido. La de volver cansado, tan cansado que no sabes por dónde empezar para ponerte cómodo, si cambiarte de ropa, o darte una ducha, o tirarte a plomo en el sofá.
Un estar a disgusto por dentro, sin saber poner bien palabras a lo que sientes porque no eres capaz de describirlo; cuando lo único que apetece es hacerte un ovillo en el sofá, envuelto en tu manta favorita, y que nadie te hable, que nadie se acerque, que ni siquiera te miren.
Eso empezó ayer y aún perdura hoy, cuando ya la tarde está empezando a terminarse para dar paso a la puesta de sol y la luz se va tiñendo de ocres y naranjas. Y, según llegan las tinieblas, va cambiando mi ánimo.
Las tinieblas de esta tarde son preludio de luz, de una luminosidad mayor que la de un millar de soles, la luz de la Vida. Porque hoy volvemos a celebrar que Cristo venció a la muerte y al pecado para siempre. Que su misión no terminó con la muerte, todo lo contrario. Abrió las puertas del cielo a todos los miles de santos y de justos que esperaban su llegada. Desde entonces, tenemos un lugar preparado allí, donde sólo existe el amor absoluto y pleno, donde Dios nos espera con una inmensa sonrisa de Padre y sus brazos abiertos para acogernos.
"Exulten por fin los coros de los ángeles" canta el Pregón pascual, una de las más hermosas alabanzas a Dios y a la salvación que él nos regaló a través de su Hijo. Hace unos años Dios me concedió el regalo de cantarlo en mi parroquia y salí casi flotando de la celebración.
La muerte no tuvo la última palabra, sino la penúltima. La última, la que de verdad vale, es de Dios y con su Palabra se abrió el cielo y nuestra posibilidad de pasar la eternidad con Él.

Comentarios

Entradas populares