Moolight in Vermont

Suena esa preciosa canción en las manos de Danny Wright mi último pianista fetiche. He de confesar que su romanticismo llega hasta lo más hondo, profundo, sentimiento a flor de teclas que abraza mi alma en estas horas nocturnas, cuando ya el cansancio empieza a apropiarse de mi cuerpo serrano y me doy progresiva cuenta del tiempo que hace que me levanté.
Música romántica, que no cursi, de esa que te trasporta y te relaja hasta hacerte casi cerrar los ojos. Romanticismo, vaya palabreja... Parece mentira que algo tan visceral como era el puro sentimiento romántico del s. XIX se haya quedado en lo puramente cursi, o al menos eso es lo que veo ahora mismo y mucho en facebook: frases dulzonas, volantes y rosas que me hacen subir el azúcar casi hasta el coma diabético y que se encuentran en las antípodas de lo que de verdad significa, no ya el ser romántico, sino el amor en sí.
El amor es algo que cala poco a poco, que produce efectos altamente nocivos para la sensatez de aquel pobre que lo sufre y que, de contar con la aprobación vicevérsica de ambas partes, puede terminar en algo realmente hermoso y fuerte, pero al mismo tiempo tan frágil como un fino cristal.
El amor es un sentimiento muy serio que implica a toda la persona, y no sólo a nivel físico o sensorial, sino a algo tan importante como es la voluntad: "Te quiero", no significa que ansío posesión y control sobre ti, todo lo contrario. Te quiero porque quiero, porque quiero amarte contigo y a pesar de ti, con todo lo que ya conozco, lo que voy conociendo y lo que algún día, si Dios quiere y tú me dejas, conoceré.
El amor, un piano de fondo, una noche de luna en Vermont o en Sebastopol pueden traer maravillosos recuerdos de estar con la persona apropiada, o a solas. La luna y un piano exhalando melodías son dos ingredientes básicos para noches excelentes.
Termino ya, las neuronas están pidiendo un poquito de descanso, pero es que el piano y la luna... ¡ay, madre!

Comentarios

Entradas populares