Desencadenada

Suena ahora mismo en mis oídos y en mi corazón el piano de Danny Wright y la "Unchained melody", de un modo diferente, cadencioso, lento, como esculpiendo las notas hasta componer la preciosa letra que resuena en mi cabeza sobre los golpes de las teclas.
Desencadenada, como mi alma, desasida de cualquier ancla, de cualquier lastre que la ate al suelo, a la tierra mortal que piso cada día en esta bendita vida que me ha regalado, que me ha prestado en realidad, Dios.
Porque solté amarras hace tiempo, pero no me había dado cuenta hasta hace poco de lo libre, de lo ¡libérrima! que soy, con el cabello al viento, mirando de frente al sol y al horizonte que espera, ansioso, mi llegada. Libre de andar, de correr, de cantar a pleno pulmón, de mostrar mis habilidades y mis fallos al mundo; al fin y al cabo soy la responsable de todos ellos y la única capaz de corregir unos y de acrecentar las otras.
Desencadenada de sentimientos tóxicos, negativos, de personajes que se colgaron de mi existencia y que vivían por mí, a costa de mi propia salud.
El mayor patrimonio que tiene el ser humano es su propia libertad, y no me refiero a esa tan sobrevalorada hoy en día (a ese "hacer lo que me dé la gana"), sino a esa verdadera libertad, a ese reducto interior del ser que nadie me puede quitar: mi fe, mi cimiento vital, aquello que es lo más íntimo de mí misma y que ninguna cadena puede atar. No, ya no. He aprendido a volar libre y a ser selectiva con aquellas almas que intentan unirse a la mía.
Hace unos días escuché una frase, no por primera vez pero sí de modo diferente: un amigo es aquel que te hace ser mejor persona, que te ayuda a crecer. Y, además, añadieron: "Hazte estas dos preguntas: ¿Qué amigos míos acudirían a mi funeral? ¿A qué amigo llamaría yo a las tres de la mañana y vendría a atenderme?" Creo que la cuenta se hace rápidamente. Si cada uno nos ponemos en serio a pensarlo, no salen cifras demasiado altas. Y no lo digo para que quien lea esto se entristezca, sino para que reflexione sobre los amigos que de verdad lo son -lo somos, también hay que mirar hacia nosotros mismos- y tenga presente que para irse de fiesta cualquiera vale; tener amigos sólo para los momentos de copas y demás, puede estar bien. Sin embargo, yo prefiero a los que, además de venirse conmigo a cenar o de copas, son capaces de soltar lo que estén haciendo y acudir a mi llamada de auxilio. Los tengo, gracias a Dios, y sé que puedo contar con ellos igual que ellos pueden contar conmigo para lo que necesiten. Desencadenada estoy de las cosas del mundo, pero no de las personas que hacen que mi mundo brille más cada día, porque ellas, esos seres humanos realmente geniales e irrepetibles, son los que hacen que yo cada día quiera ser mejor persona.

Comentarios

Entradas populares