Ay, Candela

Hoy, día de la Candelaria, mi lucero favorito se ha esperado hasta que me ha visto aparecer para lanzarme su mejor sonrisa desde su cara más hermosa y visible. Mi querida Selene, ya que ayer no pudo ser, se ha esperado hoy, justo al lado del imponente Castillo de Santa Catalina, a la derecha según se sube por la acera de la Diputación, clavada en el cielo, preciosa, hermosa, redonda y brillando como ella sola sabe reflejar la luz del sol.
Hoy, tres grados pelones sobre cero y un viento gélido que traspasaba bufandas, jerseys y todo lo que se le pusiera por delante, me estaban esperando en la calle para darme la bienvenida. Pobres orejillas mías, tan heladas que ni las sentía al entrar en el despacho.
Pero lo mejor estaba por llegar, porque al entrar para saludar a mi Amor verdadero le he sentido especialmente cerca; no puede resistirse a mi petición, y llevo toda la semana calentándole la cabeza y pidiéndole ayuda para estos días que tan cuesta arriba se me están poniendo. Nadie como Él para abrazarte el alma, para reconfortarte y demostrarte que estás en casa, que nada malo puede sucederte si te confías a Él y a su onmisciente voluntad.
Hoy celebramos aquel día en que María y José acudieron al templo, como prescribía la ley, para presentar a su hijo. Preciosas las palabras de Simeón: "Ahora ya puedes dejar ir a tu siervo en paz", porque se había colmado su esperanza al ver al Mesías en carne y hueso, el Señor y Creador el Universo encarnado en un bebé indefenso, en brazos de su madre. ¿Cómo sería el sentimiento de María cuando lo durmiera en brazos, cuando pensara en que ella, mortal al fin y al cabo, acunaba y protegía al Hijo de Dios?
Comenzamos el viernes, gracias a Dios. He llegado viva hasta hoy y con las neuronas en su sitio. Suena ahora mismo una preciosa versión al piano de "Can't stop loving" y lo que ahora mismo grita mi corazón: no puedo dejar de amarle, ya no; es del todo imposible evitar caer rendida a sus pies después de ser consciente del modo que tiene Él de amarme a mí. No. El amor es lo que de verdad da sentido a mi vida, a mi ser, a mi alegría natural y a mi diaria sonrisa en los ojos.
Por más trabas que me ponga quien yo sé, por más golpes que reciba incluso desde donde menos me espere, no dejaré de amarle porque sé que Él me ayudará a esquivarlos o, en caso de que me lleve algún tortazo que otro, a darles el justo sentido y a que ese dolor que a veces pueda llegar a partirme el alma, sirva para ayudar a aquella persona que me ha dado justo ese golpe.
Hace tiempo que aprendí -gracias a Él- a encajar las decepciones y a sacar lo bueno que pudiera aprender de ellas, incluida la oración por su autor. Y es un ejercicio buenísimo para el corazón y para el alma; al fin y al cabo el rencor es una polilla que roe y corroe, dejando el corazón lleno de agujeros y con una amargura que puede afectar a todo el entorno de su dueño. Es mejor perdonar sin guardar, olvidar de verdad las afrentas, aunque se aprenda para no volver a dejar ese flanco descubierto. Buenos sí, pero tontos o ingenuos, no.
Ay, Candela, que hoy me tienes como febrero el loco, dando bandazos de un lado a otro, con interrupciones continuas mientras escribo y con el alma en bandolera. Será el mes, será que los nervios me pueden a estas alturas de la semana, serán tantas cosas que se acumulan en mi alma y quieren salir a la vez, las culpables de este caos de entrada de blog, de este batiburrillo de cosas sacadas del alma y puestas por escrito que hoy tenían imperiosa necesidad de salir a la luz.
Semana de risas, de divertidos equívocos que me han hecho creerme que el cambio de look ha sido más que efectivo (que me pregunten dos personas distintas "¿dónde está Lola?", ya es para nota), de muchísimo trabajo y de más que me voy a encontrar a la vuelta de "vacaciones". Pero eso lo dejamos para cuando sea, que a cada día le sobra con su propio afán.
Ya es viernes, ¡bendito sea!

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