Bloody blue moon

¡Ay, mi adorada Selene! Imperdonable mi fallo de hoy... no he intentado siquiera verte cuando venía al trabajo. Últimamente ando tan ensimismada en mí misma (valga tanta redundancia egoísta), que ni siquiera me fijo en ti, que siempre estás tan pendiente de mí. Perdóname, no volverá a pasar.
Se termina el mes de enero y apenas he tenido tiempo para sentarme dos segundos a escribir una entrada nueva desde la anterior a ésta... No es que me pueda la vida, es que me ha pillado a contrapié y ando más pendiente de no darme el tortazo contra el suelo que de otra cosa. ¡Qué ganas de que pase la semana próxima, Señor!
Pero el tiempo va como va y viene como viene, a su ritmo; sin pensar lo bien o lo mal que me siente su paso, mejor dicho, su pisotón sobre mí y mis planes. ¡Ah, esos planes tan perfectos en mente y tan despachurrados cuando ponen pie a tierra!
No sé lo que pasará, ni siquiera me lo imagino; lo que sí es cierto es que mi tranquilidad es absoluta, quizá porque sé el resultado y con eso, para qué inquietarse. Mientras más serenidad tenga, mejor encajaré el posible o cierto golpe que me está esperando justo a la vuelta de la esquina. Dios dirá, que sabe más que yo y también conoce lo que me conviene y que siempre hace cierto el aforismo de que lo mejor es enemigo de lo bueno.
Por lo pronto, mi actitud es la de aprovechar lo que me va pasando día a día y aprender mucho, cada vez más. He descubierto algo en mí hasta ahora desconocido por impensado: a mis casi cintuentaydos soy una esponja que absorbe todo conocimiento que se le pone por delante. No pensaba yo que pudiera asimilar de esta manera según voy leyendo... ¡he flipado conmigo misma! Ya veremos los resultados, pero por lo pronto estoy contenta de ver que mis neuronas siguen en perfecto estado de revista y, no sé si tengo más, pero sí es cierto que les estoy sacando mucho más partido que antes.
Hoy se va enero de mi vida y mañana entra el loco en escena, ese febrero que trae de todo, hasta el miércoles de ceniza que este año se ríe de la vanidad de vanidades y cae justo el "día de los enamorados". ¡Toma castaña, ayuno y abstinencia! Me encanta, y lo confieso con una malévola y maléfica sonrisa en la cara, porque me parece una estupidez dedicar un día a gastar y gastar en superficialidades con menos fondo que una calcomanía. Lo siento si alguien se ofende, pero creo que el amor debe manifestarse, contarse, vivirse, beberse y sentir todos los días del año con sus correspondientes noches, y también que más que el día de los enamorados, debería instituirse el "día de porque me da la gana" y que fuera fiesta movible a lo largo del año, al libre albedrío de los celebrantes. Así, cualquier día del año, festivo o laborable, sorprender a esa persona especial en tu vida con un detalle (que no tiene por qué ser caro) y demostrarle que le amas los días que no están estipulados por los grandes almacenes o cualquier establecimiento comercial que hace el agosto en febrero.
El amor no conoce edades, tiempos ni días del año. Es eterno como el tiempo, como el que lo inventó, y por eso nos gusta y nos asusta tanto, porque no sabemos ni cuándo, ni dónde, ni de quién caeremos presos uno de estos días. Eso es lo grande y lo tremendo de enamorarse: puedes hacerlo de tu peor enemigo; eso no se calcula, se mide o se piensa, simplemente, ocurre y ya está. Lo que sí depende de cada uno es decidir qué hace con ese sentimiento una vez que se disipa esa enajenación mental transitoria, esa nube en la que te colocan las reacciones químicas del cerebro. Ahí ya no entra tanto el co-razón cuanto la razón en sí misma. Quién sabe, puedes estar enamoradísimo de quien menos te conviene y ahí, amigo mío, ahí tiene que primar la sensatez sobre la locura apasionada de un estómago que sube y baja nada más ver esos ojos clavados en ti. Piénsatelo bien, decide y actúa en consecuencia. No obstante, ¡que viva el amor!

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