Lágrimas

Estoy haciendo la primera pausa de mi jornada laboral, cuando sólo falta media hora para salir. Mañana intensa donde las haya, aunque esta es mi realidad en los últimos meses: una continua llegada y salida de asuntos y de personas con asuntos de mi despacho que apenas me dejan tiempo para levantar la cabeza de la mesa.
Una cosa sí es cierta: la capacidad que Dios me ha regalado de poder llevar varias cosas a la vez (porque también toca atender el teléfono, otro invento "estupendo") y la de resetear rápido y cambiar de asunto, persona y temática en cero coma dos microsegundos.
Mi vida se ha "complicado" muchísimo porque Dios me escuchó aquel día que le pedí, le rogué que me ayudara a estudiar... y, hala, ya estamos en ello y el mes de febrero a la vuelta de la esquina, total y absolutamente amenazador, frotándose las manos y diciéndome un "¡ya eres mía!" que pone los pelos de punta.
Sin embargo, con todo lo que tengo encima, con lo que se me avecina, amenazador y carcajeante desde su reverso más tenebroso, no pierdo la sonrisa ni la paz interior; todo lo contrario, estoy cada vez más alegre y feliz, tanto que lo único que me sale cuando pienso en lo que me espera es sonreír irónicamente, lanzar mi mirada más terrible y arquear la ceja hasta el infinito y más arriba. No tengo miedo, eso sí que es cierto y es una realidad en mi vida desde hace unos pocos años, ya casi cuatro.
Perdí el miedo y con él se fueron los respetos humanos (que no la buena educación, que conste) y los "peroysis". Aprendí a levantar la cabeza y mirar al frente, pisando fuerte y sin mirar al suelo más que cuando hay charcos, afronto la vida con la sonrisa en la cara y la certeza de que nada malo va a pasarme porque estoy en manos de quien todo lo puede y, además, me conforta hasta límites insospechados.
¿Y las lágrimas? ¿A qué viene el título? Muy sencillo. Hace ya un rato que me he quedado sola en mi planta de oficinas; el mecanismo es automático: subo el volumen de la música y me pongo a cantar con ella. Confieso que esta mañana temprano, cuando encendí ordenador y demás aparatajes eléctricos, necesitaba moverme, ritmo y marcha para poder calentarme un poco y pensé que quién mejor que Lisa Stanfield y su ritmazo sin piedad. Pues nada, toda la mañana ha estado la Sra. Stanfield llenando mi despacho y mis pies de ritmo (ha tocado hacer fotocopias, así que...). Pero ahora, ya al final de la jornada he preferido algo más tranquilito y más nuestro, así que tengo a Sole Giménez cantándome al oído. Presuntos Implicados forman parte de mi historia más querida, tengo muchos de sus trabajos, y canto casi todas las canciones porque aún recuerdo sus increíbles letras, y los giros de Sole sobre la música siempre me erizan el cogote. Pues bien, hoy ha llegado un poco más allá y en una canción que no tenía más trascendencia, al menos en la teoría, han salido las lágrimas; una preciosa canción titulada "Recibes cartas", que me sé casi al dedillo y he cantado con ella. Me habrá pillado con la hora tonta el estribillo, pero en un momento dado, cuando me he dado cuenta de que estaba cantando al mismo tono que ella y que mis cuerdas vocales se encontraban bastante cómodas en esa tesitura, me he emocionado y han salido... Ea, una que  es así de sentimental.
La música es parte de mi adn, la traigo de serie y jamás seré capaz de dejar de cantar. Me acuesto con música en la cabeza y con música en la cabeza me levanto, ya sea alabando a Dios, ya sea cantando al amor o a la amistad. He dicho más de una vez que la vida sin música no tendría sentido, porque la música es la banda sonora del amor, de cualquier tipo de amor, y el amor es lo que de verdad mueve los corazones y el mundo. Una canción puede marcar la historia personal de una persona y siempre tendrá un guión de amor, correspondido o no, pero de amor al fin y al cabo. Y, además, el amor es el protagonista, la causa última de las más bellas canciones.

Comentarios

Entradas populares