Días extraños
Sí. Son extraños, muy raros los últimos días "antes de...". De repente, te encuentras con que hay aún asuntos pendientes, temas que terminar o de los que hablar con algún compañero o con el jefe, y empieza la pendiente, esa cuesta abajo resbaladiza que te augura un soberano tortazo de no parar a tiempo. Y no puedes parar. No. El suelo es pura cera y tus suelas son brillantes y limpias, nada de goma, nada de clavos, nada de nada, así que... te resignas al golpe y pides, como el del chiste, "Virgen mía, que me quede como estoy".
Así son estos días. Así es mi día de hoy. He parado un momento en el caos mañanero para recomponer filas y ver por dónde me toca ahora sortear el ataque, a ver si consigo parar la cuesta abajo y sin frenos. Y, heme aquí, desconectando unas cosas y conectando otras.
Día, mejor dicho, mañana previa a mis vacaciones navideñas. Esta tarde, como en una verdadera exhalación, pasará la cena que llevo tanto tiempo deseando. Igual que ocurre con todo: los preparativos son mucho más largos que el acontecimiento en sí y, cuando llega, boqueas como un pez fuera del agua para no perderte ni un segundo de cada risa, de cada palabra, de cada mirada... Carpe diem! Y ¡vaya si lo atrapo! Luego, cuando ya todo ha pasado y quedan los ecos en la memoria de mi fino oído, empiezo a recapitular y a componer la película que recuerda a "Qué bello es vivir", esa antológica cinta de Frank Capra y que es pura nostalgia y lágrima de recuerdos pasados y bellos, por más quebraderos de cabeza que nos hayan producido en su tiempo, pero que, al fin y al cabo, cuando son tus seres queridos los que te calientan la cabeza, se pasan rápido y vuelve a salir a flote el amor.
Ea, ya he vuelto al tema de siempre: el amor. Pues sí, estamos hechos de eso y gracias a eso. El amor es lo que mueve mi mundo, desde aquel primer encuentro que me hizo caer en la cuenta de que era amada por lo que soy, por mi ser Lola, ese fondo que tengo y que no tiene por qué agradar a todo el que me conozca, mi vida cambió de forma radical. Decía S. Juan Pablo II que la carencia de amor es la peor que puede sufrir una persona, porque es el sentirnos parte de algo lo que nos da raíces, lo que nos hace reconocernos y estimarnos a nosotros mismos. Saber que tienes una familia más o menos grande que te ama por ti mismo, a pesar de ti mismo, es lo que nos hace tener la cabeza en su sitio, al tiempo que nos enseña también a amar.
Leí hace años una entrevista a Norma Aleandro, una actriz argentina (El hijo de la novia), en la que le preguntaban sobre el amor y contestó que el amor no se puede dar por aprendido, sino que es una asignatura que tienes que estudiar, aprender y aprobar toda la vida. Y creo que tiene toda la razón; el amor que se estanca en el yo es incapaz de avanzar y se vuelve un niñato caprichoso que jamás madurará. El amor debe ir en consonancia con la persona, evolucionando con ella, madurando paso a paso, golpe a golpe (que en este terreno los hay y suelen ser importantes) hasta caer en la cuenta de que el amor es primero aceptar al otro y luego entregarse; mirar al otro con los ojos tremendamente abiertos, ser consciente de sus defectos y, con ellos, amarle aún más y ayudarle a superarlos.
El famoso "Himno a la caridad", o sea, al amor, del capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios, tan leído y escuchado en bodas católicas, lo dice tan claro que es difícil no darse por aludido en todos y cada uno de sus puntos. El Papa Francisco lo explica maravillosamente en su Exhortación "Amoris laetitia" (La alegría del amor), sobre todo en la parte final, cuando califica directamente al amor: "todo lo excusa", porque no juzga al otro y, después de haber hablado, entiende la razón de la actuación del otro y le perdona de verdad (sin guardarlo en el baúl de los recuerdos hasta cuando pueda lanzárselo a la cara sin piedad); "todo lo cree" y no porque sea tonto, sino porque cree en el otro, en su potencial; y, precisamente por eso "todo lo espera", porque espera que el otro dé todo lo posible de sí mismo y alcance las metas que se haya propuesto, y le ayuda en ello. Y, la más difícil y, en mi opinión, menos comprendida por su traducción al español: "todo lo soporta". No se refiere a ese "aguante" que acaba en pura amargura y resignación insana, todo lo contrario. El verbo griego empleado en el original pertenece al lenguaje militar y se refiere a la postura que adoptaban los soldados, con el escudo frente al cuerpo y los pies bien afianzados en el suelo, prestos a "soportar" la embestida del enemigo, fuertes, erguidos y firmes en sus pies. Si lo entendemos así, el amor verdadero de un hombre y una mujer, bien asentado y firme entre los dos, puede soportar todo lo que le echen por delante; si a eso añadimos la gracia de Dios, son prácticamente invencibles.
Días extraños estos, en los que empiezas a hablar de estrés en el trabajo y terminas cantando alabanzas al mejor regalo del Dios al ser humano: el amor. Será la Navidad...
Así son estos días. Así es mi día de hoy. He parado un momento en el caos mañanero para recomponer filas y ver por dónde me toca ahora sortear el ataque, a ver si consigo parar la cuesta abajo y sin frenos. Y, heme aquí, desconectando unas cosas y conectando otras.
Día, mejor dicho, mañana previa a mis vacaciones navideñas. Esta tarde, como en una verdadera exhalación, pasará la cena que llevo tanto tiempo deseando. Igual que ocurre con todo: los preparativos son mucho más largos que el acontecimiento en sí y, cuando llega, boqueas como un pez fuera del agua para no perderte ni un segundo de cada risa, de cada palabra, de cada mirada... Carpe diem! Y ¡vaya si lo atrapo! Luego, cuando ya todo ha pasado y quedan los ecos en la memoria de mi fino oído, empiezo a recapitular y a componer la película que recuerda a "Qué bello es vivir", esa antológica cinta de Frank Capra y que es pura nostalgia y lágrima de recuerdos pasados y bellos, por más quebraderos de cabeza que nos hayan producido en su tiempo, pero que, al fin y al cabo, cuando son tus seres queridos los que te calientan la cabeza, se pasan rápido y vuelve a salir a flote el amor.
Ea, ya he vuelto al tema de siempre: el amor. Pues sí, estamos hechos de eso y gracias a eso. El amor es lo que mueve mi mundo, desde aquel primer encuentro que me hizo caer en la cuenta de que era amada por lo que soy, por mi ser Lola, ese fondo que tengo y que no tiene por qué agradar a todo el que me conozca, mi vida cambió de forma radical. Decía S. Juan Pablo II que la carencia de amor es la peor que puede sufrir una persona, porque es el sentirnos parte de algo lo que nos da raíces, lo que nos hace reconocernos y estimarnos a nosotros mismos. Saber que tienes una familia más o menos grande que te ama por ti mismo, a pesar de ti mismo, es lo que nos hace tener la cabeza en su sitio, al tiempo que nos enseña también a amar.
Leí hace años una entrevista a Norma Aleandro, una actriz argentina (El hijo de la novia), en la que le preguntaban sobre el amor y contestó que el amor no se puede dar por aprendido, sino que es una asignatura que tienes que estudiar, aprender y aprobar toda la vida. Y creo que tiene toda la razón; el amor que se estanca en el yo es incapaz de avanzar y se vuelve un niñato caprichoso que jamás madurará. El amor debe ir en consonancia con la persona, evolucionando con ella, madurando paso a paso, golpe a golpe (que en este terreno los hay y suelen ser importantes) hasta caer en la cuenta de que el amor es primero aceptar al otro y luego entregarse; mirar al otro con los ojos tremendamente abiertos, ser consciente de sus defectos y, con ellos, amarle aún más y ayudarle a superarlos.
El famoso "Himno a la caridad", o sea, al amor, del capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios, tan leído y escuchado en bodas católicas, lo dice tan claro que es difícil no darse por aludido en todos y cada uno de sus puntos. El Papa Francisco lo explica maravillosamente en su Exhortación "Amoris laetitia" (La alegría del amor), sobre todo en la parte final, cuando califica directamente al amor: "todo lo excusa", porque no juzga al otro y, después de haber hablado, entiende la razón de la actuación del otro y le perdona de verdad (sin guardarlo en el baúl de los recuerdos hasta cuando pueda lanzárselo a la cara sin piedad); "todo lo cree" y no porque sea tonto, sino porque cree en el otro, en su potencial; y, precisamente por eso "todo lo espera", porque espera que el otro dé todo lo posible de sí mismo y alcance las metas que se haya propuesto, y le ayuda en ello. Y, la más difícil y, en mi opinión, menos comprendida por su traducción al español: "todo lo soporta". No se refiere a ese "aguante" que acaba en pura amargura y resignación insana, todo lo contrario. El verbo griego empleado en el original pertenece al lenguaje militar y se refiere a la postura que adoptaban los soldados, con el escudo frente al cuerpo y los pies bien afianzados en el suelo, prestos a "soportar" la embestida del enemigo, fuertes, erguidos y firmes en sus pies. Si lo entendemos así, el amor verdadero de un hombre y una mujer, bien asentado y firme entre los dos, puede soportar todo lo que le echen por delante; si a eso añadimos la gracia de Dios, son prácticamente invencibles.
Días extraños estos, en los que empiezas a hablar de estrés en el trabajo y terminas cantando alabanzas al mejor regalo del Dios al ser humano: el amor. Será la Navidad...
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