Again
Tengo una entrañable amiga que no sabe inglés y siempre me riñe porque tiene que andar con el traductor de Google para comprender mis publicaciones en facebook y también en el blog. Pues bien, queridísima, el título significa "de nuevo" y está puesto ahí porque, de nuevo -again- estamos en mi parte favorita del año, tanto en lo estacional, como en lo climatológico y religioso.
Mientras suena una increíble canción de Michael Bublé, con un ritmazo impresionante que me hace esforzarme lo indecible por no ponerme a bailar al tiempo que hago mío su estribillo: "por favor, cariño, ven a casa en Navidad", que traducido a mi actual sentir vendría a ser: por favor, Señor, ven a mi casa en Navidad, me he puesto al ordenador porque me impelía a hacerlo ese nosequé.
De nuevo ha llegado el otoño en su parte más fría y casi de improviso tras cuatro meses de verano este año; en un tris ha tocado sacar edredones, jerseys y abrigos, las caras se vuelven macilentas por las calles, apretadas por el relente que campa por sus respetos y en las tiendas se ven las decoraciones navideñas desde hace casi un mes... esa navidad con minúsculas que nos hemos montado de espaldas a la de verdad, la de las mayúsculas, la que celebramos cada vez menos porque cada vez menos personas conocen el motivo real de estas fiestas.
Que sí, que los romanos celebraban las saturnales en este tiempo, con el solsticio de invierno, que sí, que vale, que es verdad. Pero cuando la Palabra se hizo hombre de carne y hueso, verdaderísimo hombre, con todo lo que ello implicaba, le dio un nuevo sentido a las fiestas que, casualmente, se celebraban en este tiempo. Desde aquel minuto uno, del mes uno, del año uno de nuestra era; cuando un Rey se hizo niño y vio la luz de este mundo, todo cambió. Dios se enamoró aún más del hombre, de su criatura, ese ser díscolo y desobediente que le dio, le da y le dará -doy fe de ello- muchísimos quebraderos de cabeza, y comprobó lo débiles que somos porque se crió como uno más de los niños de su época -aún en peores condiciones que ahora nosotros- pero se dio cuenta de que había algo extraordinario y por desarrollar en esas criaturas tan peculiares que somos los seres humanos: la capacidad de amar.
No nos damos cuenta de que la verdadera grandeza de nuestro corazón está en dejarle expandirse, amando a los que tenemos alrededor (empezando por los más cercanos), sin vallas ni fronteras que nos preserven del dolor, porque esa es la cara "b" del amor,el dolor. El amor duele, y a veces hasta límites insospechados cuando vemos cómo aquellos a los que realmente amamos se dan de bruces con el suelo o sufren y no podemos evitarles ese dolor. El amor está en nuestro adn, no podemos vivir sin él -a veces tampoco con él, pero son las paradojas de la vida- y menos aún si no nos sentimos amados por los demás.
Somos imperfectos, absolutamente imperfectos, a medio hacer y a medio cocinar, pero de eso se trata la vida, de ir madurando poco a poco, a veces incluso a golpes y muy duros, pero de todo se aprende, y más aún cuando se trata de lecciones duras. El amor es el bálsamo que nos ayuda a curar las heridas, porque siempre hay alguien que nos lo extiende al tiempo que nos acaricia el pelo y nos mira con toda la ternura de una madre. Hoy celebramos una fiesta muy importante para los católicos: la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; sólo pido un ejercicio de imaginación, que no resultará muy difícil de hacer: cuando Jesús era niño debió hacer muchas travesuras, estoy segura de que era un verdadero trasto, tan inteligente, inventando historias y mil aventuras con sus amigos; en alguna ocasión se caería al suelo y se haría daño, y lloraría... Imaginad cómo acudiría María, su Madre, a levantarlo del suelo, a limpiarle la herida y a darle ese abrazo que le quitaría el dolor. María sigue haciéndolo con nosotros cada vez que nos caemos y recurrimos a ella; nos ayuda a levantarnos, limpia las heridas, nos mira con toda la ternura de que es capaz una madre de verdad, nos acaricia el pelo y nos abraza con tanto amor que nos quita las penas. Yo acudo a ella a cada instante, lo confieso sin vergüenza alguna, porque forma parte de mi día a día y sé que está conmigo siempre.
De nuevo ha llegado el Adviento, el tiempo de María, el tiempo de espera gozosa de una joven madre embarazada de su Hijo que prepara con todo el amor del mundo lo que será su hogar. Again, the time is here, again I can hear your voice telling me: Don't worry, my dear, I'm here to stay, everything is right. I love you, my little thing, don't cry any more...
Mientras suena una increíble canción de Michael Bublé, con un ritmazo impresionante que me hace esforzarme lo indecible por no ponerme a bailar al tiempo que hago mío su estribillo: "por favor, cariño, ven a casa en Navidad", que traducido a mi actual sentir vendría a ser: por favor, Señor, ven a mi casa en Navidad, me he puesto al ordenador porque me impelía a hacerlo ese nosequé.
De nuevo ha llegado el otoño en su parte más fría y casi de improviso tras cuatro meses de verano este año; en un tris ha tocado sacar edredones, jerseys y abrigos, las caras se vuelven macilentas por las calles, apretadas por el relente que campa por sus respetos y en las tiendas se ven las decoraciones navideñas desde hace casi un mes... esa navidad con minúsculas que nos hemos montado de espaldas a la de verdad, la de las mayúsculas, la que celebramos cada vez menos porque cada vez menos personas conocen el motivo real de estas fiestas.
Que sí, que los romanos celebraban las saturnales en este tiempo, con el solsticio de invierno, que sí, que vale, que es verdad. Pero cuando la Palabra se hizo hombre de carne y hueso, verdaderísimo hombre, con todo lo que ello implicaba, le dio un nuevo sentido a las fiestas que, casualmente, se celebraban en este tiempo. Desde aquel minuto uno, del mes uno, del año uno de nuestra era; cuando un Rey se hizo niño y vio la luz de este mundo, todo cambió. Dios se enamoró aún más del hombre, de su criatura, ese ser díscolo y desobediente que le dio, le da y le dará -doy fe de ello- muchísimos quebraderos de cabeza, y comprobó lo débiles que somos porque se crió como uno más de los niños de su época -aún en peores condiciones que ahora nosotros- pero se dio cuenta de que había algo extraordinario y por desarrollar en esas criaturas tan peculiares que somos los seres humanos: la capacidad de amar.
No nos damos cuenta de que la verdadera grandeza de nuestro corazón está en dejarle expandirse, amando a los que tenemos alrededor (empezando por los más cercanos), sin vallas ni fronteras que nos preserven del dolor, porque esa es la cara "b" del amor,el dolor. El amor duele, y a veces hasta límites insospechados cuando vemos cómo aquellos a los que realmente amamos se dan de bruces con el suelo o sufren y no podemos evitarles ese dolor. El amor está en nuestro adn, no podemos vivir sin él -a veces tampoco con él, pero son las paradojas de la vida- y menos aún si no nos sentimos amados por los demás.
Somos imperfectos, absolutamente imperfectos, a medio hacer y a medio cocinar, pero de eso se trata la vida, de ir madurando poco a poco, a veces incluso a golpes y muy duros, pero de todo se aprende, y más aún cuando se trata de lecciones duras. El amor es el bálsamo que nos ayuda a curar las heridas, porque siempre hay alguien que nos lo extiende al tiempo que nos acaricia el pelo y nos mira con toda la ternura de una madre. Hoy celebramos una fiesta muy importante para los católicos: la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; sólo pido un ejercicio de imaginación, que no resultará muy difícil de hacer: cuando Jesús era niño debió hacer muchas travesuras, estoy segura de que era un verdadero trasto, tan inteligente, inventando historias y mil aventuras con sus amigos; en alguna ocasión se caería al suelo y se haría daño, y lloraría... Imaginad cómo acudiría María, su Madre, a levantarlo del suelo, a limpiarle la herida y a darle ese abrazo que le quitaría el dolor. María sigue haciéndolo con nosotros cada vez que nos caemos y recurrimos a ella; nos ayuda a levantarnos, limpia las heridas, nos mira con toda la ternura de que es capaz una madre de verdad, nos acaricia el pelo y nos abraza con tanto amor que nos quita las penas. Yo acudo a ella a cada instante, lo confieso sin vergüenza alguna, porque forma parte de mi día a día y sé que está conmigo siempre.
De nuevo ha llegado el Adviento, el tiempo de María, el tiempo de espera gozosa de una joven madre embarazada de su Hijo que prepara con todo el amor del mundo lo que será su hogar. Again, the time is here, again I can hear your voice telling me: Don't worry, my dear, I'm here to stay, everything is right. I love you, my little thing, don't cry any more...
Comentarios
Publicar un comentario