Mi tierra

Hoy me he levantado de nuevo con su foco en mi ventana. Ella, mi cómplice en tantos sueños, mi amiga, la que me ha visto llorar de pena y de emoción, de amor y de tristeza, la que ríe conmigo y me enjuga las lágrimas con su pálida luz llena de amor hacia mí. He estado pensando en ella durante el desayuno, y de su mano han venido multitud de recuerdos, mezclados con sueños de lo que podría pasar si... ¡Mi loca de la casa en plena acción y casi de madrugada! Benditas neuronas mías, que se pararán dos meses después de que yo haya dejado de existir, tan revolucionadas van que me llevan siempre kilómetros de ventaja en el mundo de los "podría ser que".
Cuando venía al trabajo, por mi camino habitual, por ese paseo de los sueños que tiene siempre a mi preciosa Catedral de fondo, he descubierto algo nuevo: puedo andar mirando hacia arriba de lo bien que me sé ya el camino y me ha venido a la cabeza un pensamiento que me ha llenado de orgullo de mujer jaenera: mi tierra. Sí, esta tierra de María Santísima, donde nací y donde vivo completamente feliz.
Jaén, una provincia que apenas sale en las noticias, que hay gente que piensa que no forma parte de Andalucía porque nuestro habla no es como el típico-tópico castizo-panderetón, que diría mi entrañable D. Mariano, porque no somos como los demás. Nadie es como los demás, todos somos únicos en nuestro ser y existir. Somos andaluces recios, descendientes de castellanos antiguos, sobre todo de León hacia el Norte, que fueron las gentes que repoblaron estos lares tras la Reconquista.
Somos tierra de paso (Jaén significa eso: paso de carretas), pero una tierra con tal potencial, tal atractivo que "a Jaén se viene llorando, pero también se va uno llorando de aquí", y esto lo han visto mis dos ojos, en dos personas a las que quiero muchísimo. El primero, vino de mala gana, pero cómo lloraba cuando le tocó marcharse; el segundo... bueno, el segundo no ha terminado de irse porque se ha buscado vivienda y está aquí con relativa frecuencia.
Somos gente acogedora, austera y seria sí, pero que sabe aceptar al extranjero que viene y darle lo mejor que tiene. Gente sobria, acostumbrada a las inclemencias del tiempo, a sequías y calores extremos, a sacar a la tierra todo su potencial y a obtener el mejor aceite de oliva del mundo, aunque luego no sepamos vender bien el producto. Pero es así: ese aceite virgen extra, verde intenso, que te quema y te deja ese sabor fuerte y potente como el amor que entregamos los que somos de aquí, de Jaén.
Jaén, que tiene una de las más bellas catedrales de Andalucía, que ha sido la inspiración para otras incluso allende los mares, tierra de Vandelvira (su esposa era de Huelma y allí hizo una preciosa iglesia también), de grandes escritores, tierra de paso de místicos que vinieron a fundar, como Santa Teresa de Jesús, o que vinieron a morir aquí, como San Juan de la Cruz.
Mi Jaén, mi ciudad, mi bendita tierra que me besa en la frente al acostarme y me saluda con su mejor cara por la mañana, cuando vengo al trabajo. Hoy ya había salido el sol, estaba asomándose y me ha mostrado La Mella, uno de nuestros cerros circundantes, allí estaba enfocando cuando encaminaba yo mis pasos Carrera arriba. Y, justo al lado, encima del tejado de la Diputación (antiguo convento franciscano, desamortizado y restaurado), estabas tú, mi confidente, dándome de nuevo los buenos días, mirándome subir con la sonrisa en la cara, fruto de todas las ideas que me estaban viniendo a la cabeza, caminando conmigo divertida al ver mi paso ligero y firme, ansioso por poder escribir todo el torrente de piropos que me estaban surgiendo a mi ciudad, a mi "bella ciudad de luz", como dice nuestro himno. Jaén, que podrías llegar muy arriba si tus gentes fuéramos todas a una, pero no podemos evitar nuestra forma cainita de ser y siempre estamos poniendo trabas y pegas a lo que hacen los demás, simplemente porque no ha sido idea nuestra. ¡Ay, María Santísima, no te olvides de esta tu tierra!

Comentarios

Entradas populares