Lo mejor para el final

Hoy he caído en la cuenta de que es así. Resulta que ahora, a mis taitantos, la vida me sale al paso ofreciéndome lo mejor que tiene y me doy cuenta de que ya he doblado la esquina y pasado el cambio de rasante que supone cumplir cincuenta...
Pero, al mismo tiempo, me viene a la memoria un pasaje del Evangelio de San Juan, en el capítulo 2: el milagro obrado en las bodas de Caná, cuando Cristo convirtió el agua en el mejor de los vinos y el, digamos en lenguaje de hoy, encargado del catering se fue al novio para reprocharle su error: primero se sirve el vino bueno y cuando todos están achispados o más, se pone el de garrafón. Mas los criterios de Dios no son los nuestros y, sobre todo, su tiempo no es el nuestro. A nosotros nos falta tiempo para todo, vamos corriendo de un lado a otro como pollo sin cabeza, agobiados porque no nos va a dar el día para esto, o, lo más frecuente, porque las cosas no suceden con la rapidez y prontitud que anhelamos.
Pobres de nosotros, que no nos damos cuenta de que la vida tiene su ritmo propio y que somos nosotros los que hemos de adaptarnos a ella, como dice Rosario Flores, "la vida ya es muy vieja y no la cambia así cualquiera", así que no nos queda otra que tomarla conforme viene y si resulta que lo mejor está por llegar (mira, otra canción: "The best is yet to come"), pues bendito sea Dios, que conoce lo que de verdad necesito y lo que me va a hacer feliz hasta reventar de gozo.
Lo mejor me está siendo regalado ahora, hoy, en este instante en que mis manos escriben vertiginosas sobre las teclas, hasta confundirme con un pianista de jazz entusiasmado con la melodía que sale de sus dedos, cuando estoy cumpliendo uno de mis mayores sueños: escribir y ser leída por otros, poder comunicar al mundo la dicha que me inunda aun cuando no sonrío, esa alegría profunda del ser, de encontrarme conmigo misma, de saberme amada -y no sólo por Dios Padre, que a Él lo tengo fijo para siempre- y aceptada tal y como soy, a pesar de como soy.
Cada tecla que pulso, cada palabra, cada sentimiento que brota de mi alma y atraviesa mis manos hasta llegar a la pantalla es un puro milagro, un puro don del Señor que me equipó así de serie. Otras cosas no tendré, pero sensibilidad a flor de piel para captar cada movimiento del alma ajena sí, de eso sí vine a este mundo bien provista. Cuando hablo o me escribo con alguien a través de alguna red social, puedo leer entre líneas (soy mujer, no se olvide) e incluso atisbar lo que hay detrás.
Siempre he dicho que darse a conocer a través de facebook o de otros lugares cibernéticos resta mucho a lo que podría ser una verdadera y profunda amistad, y sigo manteniéndolo aunque ya con matices. La distancia se acorta mucho cuando se trata de escuchar/leer a un amigo, o bien, cuando se trata de armar zambra y de reír a carcajada limpia con las ocurrencias de alguien. Todo tiene dos caras siempre, y de lo que parecía malo ha salido algo realmente bueno; en este caso, amistades que ni en sueños me podría imaginar que tendría.
Lo mejor, para el final, como reza el título de hoy, y es absolutamente cierto incluso a la hora de comer: el postre es el último de los platos, el que corona -o no- una buena cena. Para los amantes del chocolate negro como la pasión -sin adulterar con leche- como una servidora, donde se ponga una buena tarta de chocolate, una Sacher, por ejemplo, como la que comí en Viena hace muchísimos años, que se quite cualquier otra delicatessen preparada a tal efecto.
Bueno, rectifico o matizo: donde se ponga ese pannetone a pellizcos después de la cena con Mr. Wellington en mi preciosa casa y rodeada de mis irrepetibles amigos, incluso la Sacher palidecería ante tal manifestación de alegría y de cariño mutuo. Y siempre viene al final, cuando ya no nos queda ni un ápice de sitio en el estómago, pero allá que van todas las manos a coger el pellizco, pellizquito o pellizcazo de ese postre común, demostrando que todos vamos a una, que nuestros corazones laten al unísono esa noche y también el resto de nuestras vidas.

Comentarios

Entradas populares