Tu mano

Me dice Mr. Stewart: "You go to my head", pero no es ahí donde me has llegado esta mañana. Como siempre y al primer intento, has llegado a lo más hondo de mi alma cuando he visto tu mano asomando y saludándome a través de las brumas de esta mañana de finales de octubre.
Como cada mañana desde siempre, me he parado al final de la cuesta, esa bendita calle que me trae hasta mi sitio favorito, y he mirado hacia abajo sin muchas esperanzas de verte, dicho sea de paso, porque ya es de noche cuando salgo de casa y solamente las farolas iluminan mis tacones, tapando por completo esa corte celestial nocturna que luce en mi preciosa ciudad. Pero, para llevarme la contraria una vez más, te he visto y al instante se me ha iluminado el alma y mi ceja se ha levantado hasta el infinito en señal de amor eterno hacia ti.
¡Solamente te he visto la mano! Pero me estabas saludando, la agitabas con una pálida luz que empezaba a sobresalir entre el marino que ya se iba deshaciendo ante ti, ante tu belleza infinita, ante esa sonrisa sublime que saca lo mejor de mí y me hace ver el mundo con tus ojos, acoger a cada persona que se me acerca con todo el cariño que soy capaz de ofrecer, y aceptar cada golpe con una sonrisa porque cada uno me hace parecerme más a ti y me ayuda a ser más recia cada día.
Tu mano, agitándose sin prisa pero sin pausa, y esa sonrisa que he intuido tenías en la cara mientras me mirabas, divertido, esperando en el semáforo con mi look de mujer ocupadísima en mil negocios, y con la cara de asombro enamorado dirigida hacia ti. Esa mano que me sostiene a cada paso, que me acaricia la cabeza cuando caigo rendida en tu regazo, vencida por el cansancio o, también a veces, por esa sensación de no poder llegar a todo lo que me gustaría... "Alma, calma... Lola, Alma, calma", me dices mientras me abrazas y me consuelas al mismo tiempo.
Calma, Señor, ¿dónde la venden? Porque en los últimos tiempos voy a mil por minuto, muchísimo trabajo (¿qué le pasa a todo el mundo ahora?) que a veces no es cosa mía, pero que veo que me cae sin cesar por muchos frentes, y lo ¿malo? es que me encanta, que estoy empezando con esas benditas asignaturas que me están quitando purgatorio a mil años por hora de estudio, ¡como encima las apruebe todas esto va a ser de traca y no sé qué haré para darte las gracias!.
Alma, calma, tranquilidad, serenidad absoluta en el corazón y en la cabeza es lo que necesito para seguir adelante, para afrontar el pedazo de reto que tengo este año. Pero sé que contigo estoy segura, tu vara y tu cayado me sosiegan y sé que no estoy sola, y no lo digo sólo por ti, sino por esos benditos amigos que tengo a mi alrededor, sobre todo algunas de mis incondicionales, que no paran de animarme y rezar para que sepa estar a la altura de lo que ahora mismo se me está pidiendo.
Tu mano, la siento ahora mismo en mi hombro, intentando poner paz en mi inquietud, en los nervios que me asaltan porque hoy tengo otra mañana de las de salir corriendo dando gritos o, como suelo decir, de cortarme las venas con una hoja de lechuga.
Necesito sentir tu mano todo el tiempo, en mi hombro, tomando la mía mientras voy por la calle, llevando mis dedos por las teclas mientras estoy en la sala, escribiendo la historia de alguien ajeno a mí, pero que forma parte de mi vida desde que atraviesa el umbral de mi despacho.
Tu mano, esa mano grande, confortadora, consoladora, firme y fuerte, que me trajo hasta aquí, me modeló tal como me había soñado y me puso en esta tierra para contarle a todo el mundo que existes, que estás presente en cada instante de mi vida y que, precisamente con ella, haces en mí maravillas cada día.

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