Possunt

Llevo unas semanas con una intensísima vida social, algo desconocido para mí hasta hace poco tiempo y que me está empezando a gustar bastante. Alternar con gente nueva y que, mira tú por dónde, resulta que son afines a una misma. Descubrir que el mundo está lleno de personas geniales con las que puedo compartir buenísimos ratos, risas y, ¿por qué no? una copa de buen vino es otro de los regalos que he recibido de Dios para mi recién estrenada situación. Pero ya me estoy saliendo del tema por el que he iniciado este post y que es causa directa del título.
Resulta que ayer estuve acompañando a unos buenos amigos que celebraban sus bodas de plata matrimoniales. Como no podía ser de otra forma, iniciamos la fiesta con una Eucaristía de acción de gracias a Dios y después compartimos mesa y mantel. Resultó que había amigos comunes a los que yo conocía desde hacía tiempo, por lo cual la fiesta fue aún más divertida.
Cuando me invitaron, el mes pasado, el esposo en cuestión me dejó muy claro que sólo querían contar con mi presencia, que estaban prohibidos los regalitos y que ni se me ocurriera (de hecho, me lo dijo varias veces, unas de viva voz y otras, por whatsapp). Y una, que es obediente por naturaleza y educación recibida en casa, no hizo ningún regalo... al menos nada a lo que haya que limpiar el polvo y que corra el peligro de tropezar con algún codo despistado. Sin embargo, no me puedo quedar quieta, así que allá vamos.
Según el propio "novio", de los asistentes a la fiesta, yo era la más antigua de los amigos: treinta y cuatro años hace que él yo nos conocimos, el primer día de clase en primero de Filología. Ha llovido -incluso nevado- muchísimo desde entonces. Compartimos tres primeros años de estudios en los que estábamos en el mismo grupo de amigos para intercambio de apuntes y reparto de trabajos; en cuarto de carrera, cuando tocó marchar a la preciosa Granada para empezar la especialidad, él y yo conocimos a la que hoy es su esposa el mismo día. También ella es una enamorada del latín y del griego. Desde que nos conocimos, los tres fuimos inseparables hasta terminar los estudios universitarios. Luego, la vida nos llevó a cada uno por caminos distintos durante mucho tiempo. Sin embargo, cuando Dios te regala compañeros de camino, lo hace para siempre y lo demuestra a través del cariño de verdad, de ése que siempre permanece, aunque pasen años sin vernos, y que cuando nos reencontramos, hace ya varios años, retomamos la relación en el tono y confianza donde la habíamos dejado. Ahora, ellos se dedican a la docencia y yo, utilizo la legua "presuntamente muerta" que ellos enseñan.
Los dos son prueba palpable de que el amor no pasa nunca, como dice San Pablo, de que por más problemas o golpes que te atice la vida, si el amor es de verdad, si en realidad todo lo disculpa, lo entiende, lo espera, lo soporta con los pies firmes en el cimiento que es Cristo, jamás pasa. Hace veinticinco años (será justo el día 12) ellos contestaron "possumus" a la pregunta de si serían capaces de pasar el resto de la vida juntos, en lo bueno y en lo malo; también respondieron igual cuando les preguntaron si recibirían a los hijos, y lo han hecho con creces. Por donde van, dejan huella: él, porque es un torbellino que arrasa lo que encuentra a su paso, y ella, porque es todo lo contrario, la que le pone los pies en el suelo y le ayuda más de lo que él podría imaginar jamás. Son el testimonio vivo de que a la pregunta de si son capaces de demostrar lo que en realidad es el matrimonio, yo misma puedo contestar con el título del post: Possunt!

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