Magníficat

Preciosa alabanza a Dios la que San Lucas pone en boca de la Santísima Virgen cuando va a visitar a su prima Isabel y ésta se da cuenta de quién es el que va a nacer de María. "Proclama mi alma la grandeza de Dios, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva". Sólo con estas palabras ya está retratando lo que estoy viviendo en estos días.
De poco tiempo a esta parte, mi vida se ha visto envuelta en un vórtice de acontecimientos a cuál mejor, que no me explico cómo me pueden suceder tantos y tan seguidos. Dios sabe más que yo, desde luego, pero me cuesta trabajo digerir tanto.
Cuando lo cuento a mis amigos más cercanos, todos son unánimes: "ya era hora", "ya te tocaba" o "me alegro, te lo mereces". Otra cosa que tampoco me explico; a ver, acepto de buenísimo grado tanto cariño y eso sólo consigue que aumente más en mí el que yo siento por ellos. Pero desde mi ser, desde mi más profundo sentimiento, no veo nada oscuro o negro en mi vida.
El pasado se quedó allí atrás, envuelto en el olvido, con los dementores custodiándolo en mi Azkabán particular para que jamás vuelva y allí, lentamente, sea absorbido y disuelto en el olvido más absoluto. Pasó y se pisó, y sirvió para cimentar el hoy, el presente.
Sin haber pasado por todo eso, hoy no sería la mujer que soy; no me sentiría tan viva, mi corazón no palpitaría del modo como lo hace hoy, ahora, en este instante; no habría conseguido lo que ahora mismo tengo en mi vida.
Gracias a mi pasado, ahora veo las cosas de otra forma; he aprendido a perdonar sin que me lo pidan, a aceptar la debilidad del otro porque he aprendido a aceptar primero la mía propia. Cuando te das cuenta de lo poco que eres, ves a los demás de otra manera y sus defectos, faltas y demás negatividades dejan de ser tan oscuras y se quedan en manchas que son corregibles.
Gracias a lo sufrido, ahora valoro más lo vivido, encuentro los puntos buenos en todo lo que me ocurre, porque de todo se puede sacar una buena enseñanza (o escarmiento, según casos) para el futuro.
Gracias a los que me han traído hasta aquí, me he conocido tal y como soy y he aprendido a caminar erguida en mis tacones (mi signo de identificación desde lejos y mi complemento indispensable) y a pisar fuerte por donde quiera que paso.
Todo tiene un porqué en la vida, lo que he vivido conforma el cimiento sobre el que ahora me mantengo firme, con los tacones bien fijos en tierra, y miro adelante con fe, con alegría y, sobre todo, sin miedo. Eso es lo que de verdad perdí aquel día: el miedo, mis miedos, mis eternos miedos al cambio, a lo nuevo, a perder lo poco que tenía, enterrando el talento... ¡Se acabó!
Bendito sea Dios, ahora y por siempre, porque me ayudó a desenterrar ese talento y todos los demás que me confió cuando vine a este mundo.
Proclama mi alma que el Señor es siempre grande y está grande conmigo, me hace ser alegre y estarlo también, y repartir esta alegría que siento por donde quiera que voy.
Él es el responsable de mi nueva capacidad de amar a quien se me pone por delante, amar con los ojos abiertos y sin ataduras, que aquel que me ame de verdad se sienta tan libre que cada vez quiera estar más cerca de mí; que aquel a quien yo ame de verdad sea conocido por mí con sus virtudes y sus defectos igual que él conocerá también lo mismo de mí y, con todo, desee permanecer a mi lado igual que yo al suyo.
No tengo miedo al futuro; sé que va a ser mejor que el presente porque Dios seguirá siempre conmigo, regalándome sus dones y alegrándose conmigo al verme tan feliz.
Magnificat, anima mea, Dominum!

Comentarios

Entradas populares