Están fríos

Es oficial. El otoño acaba de llegar a mi casa y ha comenzado a instalarse en ella. Me ha dado un beso cálido, sentido, con sabor a nostalgia, a demasiado tiempo sin verme, sin sentirme, sin palparme, en una palabra. Se ha dado una vuelta por mi casa, ha entrado en todas y cada una de mis habitaciones, ha mirado incluso debajo de las camas para cerciorarse de que es el único, "the one" en mi vida, aquel por quien suspiro y a quien añoro, ese ser especial y divino que colma mis noches y llena mis días.
Comprobada mi indestructible fidelidad a él, me ha abrazado y me ha dado el beso de verdad, ese que llevaba guardado y esperando desde que se fue, meses atrás. Y, como no podía ser de otra forma, me ha elevado hasta el décimo cielo (el séptimo quedó atrás hace tiempo) y me ha dejado su primer efecto secundario: mis pies están fríos, gélidos como un carámbano. Se lo he dicho y se ha echado a reír a carcajadas, con la prepotencia del que se sabe único gallo en el corral; me ha mirado con esos ojos castaños que me erizan el cogote y me ha dicho: "¿Qué esperabas, vida mía? Soy yo".
Es él. Cierto. Esta mañana casi que adivinaba su cercanía, el viento era distinto cuando salí para ir a Misa y empezar mi ritual de domingo, compartido con dos amigas y un desayuno con postre (¡delicioso el bizcocho de naranja y chocolate! ¡casi pecaminoso!). El aire parecía sonreírme por la calle, jugando con mi melena y mirándome divertido al darse cuenta de que yo me empezaba a barruntar algo. Soy medio bruja (a veces diría que bruja entera) y cuando hay cambios en el ambiente enseguida me doy cuenta; hoy no ha sido una excepción. Aunque confieso que no me lo esperaba tan rápido.
Domingo de familia y con la familia, disfrutando de mis padres (gracias, Señor, porque aún los tengo aquí y están fantásticos), de mi hermano y su preciosa familia (gracias por ellos también, cuídamelos). Feria en mi ciudad y nubes que aparecen de repente durante la siesta, aprovechando que estábamos "meditando profundamente". Y, al volver a casa, un escalofrío que me recorre de arriba abajo mientras mis tacones enfilan mi calle. Después de ponerme cómoda, casi vestida para él, sentada en mi sillón y viendo una película de las que me gustan porque no son complejas, porque muestran unas preciosas historias de amor (sí, soy una romántica empedernida y me encanta ejercer de ello), cuando esa tensión sexual no resuelta que adoro ver en el cine y también he vivido porque soy mujer hasta la médula más profunda de mis huesos, finalmente se ha resuelto con un beso y algo más, me he sentido feliz por ellos y una gran sonrisa se ha dibujado en mi cara.
Entonces lo he notado. Mis dedos y a continuación mis pies se empezaban a enfriar... Y me he levantado del sillón y he salido a la puerta, y allí estaba él, con sus ojos castaños que me miran profundamente y me soliviantan todo el alma, con la sonrisa burlona del que sabe que es correspondido a sus sentimientos, y su rápida mano que me ha cogido por la cintura. Y el beso. Mi beso de otoño, en el otoño de este año, en esta precisa semana que empieza hoy y que va a marcar un antes y un después en mi vida. Lo sé desde hace tiempo. Ya he dicho que soy bruja.

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