El piropo

Digan lo que digan, un cumplido bien dicho siempre es bien aceptado. Esta mañana lo he recibido de quien menos me esperaba; uno de los ángeles enviados por Dios a mi vida para demostrarme cuánto me quiere y lo bien que se encarga de esa misión que tiene conmigo y para mí: que sea feliz aquí, pisando esta bendita tierra mía.
Hacía más de un año que no le veía, a pesar de que ha venido más de una vez a mi trabajo. Pero no debía ser el momento oportuno para encontrarnos hasta esta mañana, cuando me dirigía a celebrar la Acción de Gracias, es decir la Eucaristía, es decir, que iba a Misa. Poco antes de las nueve, hemos coincidido en la puerta de la calle. En cuanto le he visto, se ha dibujado en mi cara la mayor sonrisa de satisfacción y felicidad que he tenido en mucho tiempo; he girado sobre mis tacones y me he dirigido a él, blandiendo mi mano derecha para saludarle como es costumbre en él, castellano recio y viejo, poco habituado a las efusiones andaluzas. Para mi sorpresa, al estrechar mi mano me ha acercado a sí y me ha dado dos besos... ¡toma ya! Más felicidad imposible, aunque mi primer impulso era el de haberle dado un abrazo de los grandes. Y entonces, lo ha dicho: "¡Qué cambiada está!"
Me ha llegado al alma. Pocas cosas hay que me puedan llenar tanto como ese cumplido en boca de esa persona concreta. Le he puesto al día de mis novedades particulares y, cuando ha atado cabos, ha completado el piropo: "Ahora lo entiendo. ¡Por eso está así de cambiada! ¡Cómo se le nota!".
Nos hemos despedido en la puerta y yo me he encaminado hacia la de La Asunción de Nuestra Señora, la Dama que preside la Plaza de Santa María, mi preciosa Catedral para dar aún más gracias a Dios porque es lunes, porque me he encontrado con alguien que marcó un hito en mi vida y que se ha alegrado no sólo de verme, sino de verme "tan cambiada", porque no ha encontrado otra palabra para describir mi aspecto.
Cambiada, sí que lo estoy. Cambiada a mejor, añado yo, porque he crecido muchísimo en el año y pico que hace que no nos veíamos. De hecho, de este fin de semana he salido aún mayor y con las ideas más claras en mi cabeza y en mi alma. Cambiada respecto a mi concepto de felicidad, de alegría y también del amor. Hace un par de años yo estaba bastante escaldada del amor, lo confieso ahora, lo he vivido en su mayor exponente de alegría y también en el del sufrimiento más absoluto. Sin embargo, hoy que ha desaparecido la carga que llevaba sobre los hombros, que ya no siento esa nube negra sobre un determinado rincón del corazón, lo veo muy diferente. Gracias a dos amigos muy concretos, que me han hecho ver lo injusto de mi actitud: "Ya sé que eres feliz, y se te nota, me decía uno de ellos, pero, piensa una cosa ¿no te gustaría ser aún más feliz y compartir esa felicidad con un hombre que también te ame como tú a él?". Y me di cuenta de que llevaba razón. El amor no tiene la culpa de lo que alguien me haya hecho, o de mis errores acerca de lo que él es. Así que, tiempo después, cuando se ha disipado esa niebla y siempre es mediodía en mi alma, y, más aún, soy libre de amar a quien quiera, ¿por qué no replantearme la cuestión? Y aquí estamos. Absolutamente feliz, hoy más que otros días por el encuentro matutino, tan feliz que hoy por primera vez he oído cantar a mi alma, que se me ha salido al entonar un "Aleluya" en un tono que ha salido más de ella que de mi garganta, y que dudo que pueda repetir alguna vez.
Suena una preciosa versión en bossa de "You are the sunshine of my life", jamás una canción ha venido mejor a lo que estaba escribiendo. La luz del sol brilla en mi alma, en mi corazón y en mis días. Soy feliz, estoy enamorada como una colegiala de Aquel que llena mis días y se me da como alimento cada mañana, a eso de las nueve y pico. Enamorada, sí, como sólo una mujer es capaz de estarlo, con toda la entrega y la renuncia que ello implica, sin miedos ni reservas; toda entera para él. Sí, pero él está en el cielo, me puedes decir, tú que lees esto. Sí, está en el cielo y en todas partes, también en el corazón de ese hombre mortal que tengo destinado para ser mi compañero de por vida. Sé que existe, sólo es cuestión de tiempo saber quién es y que, roto ese hielo inicial y productor de inquietudes, nervios y tembleques varios, me lo diga con la voz o con los ojos y, desde ahí, ¡hasta el infinito y más allá!

Comentarios

Entradas populares