El epíteto

"Madrugadora", este ha sido mi primer epíteto del día. Para los que no han estudiado estilística, un epíteto es un adjetivo redundante (nieve blanca, por ejemplo) y en mí el madrugar venía de serie. Me encanta levantarme temprano y oír el silencio de la mañana, ese que se puede cortar y que transmite una especial sensación de paz al alma. Cuando todo parece que está donde y como debe estar, que todo va bien y así va a seguir para siempre. Ese lugar en el que me encuentro más fácilmente con mi Padre Dios porque no hay nada que interrumpa el campo de visión ni distraiga mi pensamiento.
Empieza a despertarse mi calle en este día de Fiesta de España, de la Santísima Virgen del Pilar (ruega por nosotros, Madre) y se oye alguna que otra persiana levantándose y mis dedos golpeando las teclas de mi ordenador en mi recién estrenado lugar de estudio.
Silencio matutino no exento de mi natural impaciencia, cuando me ha venido el toque de inspiración para sentarme a escribir y enciendo mi portátil... "Actualizando 70%. No apagues el equipo" ¡Santa María de la Paciencia! ¿Pero qué le pasa al mundo contra mí? ¿Acaso he cometido algún pecado inconfesable e imperdonable que desconozco? O es que quizá me he vuelto aún más impaciente que de costumbre y lo quiero todo ya, a las menos cuarto, porque parece que me falta día, que me falta vida, que tengo muchísimas cosas por descubrir, mucha gente por conocer y se me van las horas como el agua entre las manos.
No soy capaz de diagnosticar el síndrome del "ya.com" que estoy sufriendo y es una sensación al tiempo extraña y agradable que me lleva a un desasosiego constante y de ahí a un acelere interior que me pone el corazón a mil por hora. Espero no haber heredado las patologías cardíacas de la familia (que las hay, y graves), porque me puede dar un parrús de los gordos y entonces sí que se terminó el carbón. Por otra parte, mirando el lado positivo, si ahora no me da ningún patatús, debo tener el corazón a prueba de bombas, como lo tiene la otra parte de mi familia. En fin, el tiempo, el estrés y mi propia impaciencia lo dirán. En todo caso, espero no estar sola si me da el perrengue. Pero dejemos el tema de mi salud, hasta ahora excelente.
Ayer culminé el tramo más difícil de uno de mis sueños, fomentado por una gran persona a base de insistir sin ser cansino, con palabras dulces y un tono de voz más dulce aún, con preguntas cantarinas, porque él tiene una entonación especial cuando me pregunta. Es curioso cómo descubres rasgos, ritmos y modos de hablar en quienes tienes alrededor a poco que te fijes; esto me lleva a ir un poco más allá y a investigar (sin esforzarme mucho, porque también soy un poco o un mucho bruja y mi sentido extra está híper desarrollado) cómo es en el fondo.
Conocer más a las personas te lleva a concederles un lugar especial en tu vida, mientras más o mejor conoces a alguien, más posibilidades hay de aceptarle y amarle tal y como es; así me ocurre con mis amigos, los del círculo más íntimo que han llegado a ser mis hermanos del alma y cada uno sabe quién es, así que daos un besazo de mi parte.
Dice Juan Fernando Selles en "Antropología para inconformes" que antes que amar hay que aceptar, y estoy de acuerdo con él: cuando aceptas al otro tal y como es, incluso con aquello que aún no conoces y que hasta puede ser que no te guste, ya has empezado a amarle. Y ese puede ser el principio de algo mucho más hermoso que una amistad.

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