Como una colegiala

Pues sí. Así me siento ahora mismo, nervios, aceleres y demás histerias pensando en que mañana no se me olvide nada para mi primer día de colegio. Sí, vuelta al cole cuando ya ni siquiera se estudia como yo aprendí a hacerlo. Créditos, horas lectivas, trabajos..., ahora me toca aprender otro idioma y, además, a marchas forzadas (magnis itineribus, diría Julio César) porque apenas queda tiempo para tanta cosa y tantísima asignatura como me he echado en la mochila. Segura estoy de que Dios, en su inmenso amor por mí, demostrado con creces a cada instante que miro al cielo, me ayudará a no caer en el intento.
Mañana es el día grande de la feria de mi preciosa ciudad. Se anuncian lluvias con categoría chuzos de punta, también para mi segunda ciudad favorita: la bella Granada, lugar de mis mejores años de universidad allá en la lejanía del tiempo. Pero no me arredra la lluvia, me llevaré la gabardina o un paraguas, según haga de frío mañana.
Madrugón para coger un autobús que me lleve y estoy segura de que el aluvión de recuerdos lo tengo garantizado, aunque cuando yo iba a Granada, entonces, no había siquiera autovía y el trayecto se hacía bastante más largo que ahora.
Y para corroborar mi anterior afirmación de la ayuda divina y celestial que voy a recibir, hoy han llegado los tres primeros correos de mi centro de estudios: en el primero, un ángel del cielo que trabaja en la Secretaría ya me ha dicho que mañana podré hablar con cuatro de los profesores que tendré, para que me entreguen temarios, bibliografías y para que nos pongamos de acuerdo a ver cómo lo hacemos, pues no puedo asistir a clase y seguir atendiendo mi tarea en el Tribunal al mismo tiempo. Dejo las tareas diplomáticas al buen hacer de los ángeles de la guarda de todos y cada uno de los implicados y al mismísimo Espíritu Santo para que me abra las entendederas en mis primeras clases de Derecho Canónico de mañana.
Los otros correos son de mi profesora de Derecho, que me ha enviado el programa de la asignatura (que, además, la voy a dar al revés: primero el 2º y luego el 1º por azares del horario) y los apuntes para que me vaya poniendo manos a la obra. También invoco ya al Espíritu Santo (va apañado conmigo hasta que termine los estudios) para que me ayude.
Y, con todo, la alegría que me inunda es motivo de asombro para los que me rodean en el trabajo; soy consciente de la que se me viene encima, no me he caído de un guindo y conozco el calibre casi titánico del esfuerzo que me espera. Pero estoy aún más segura de la ayuda que voy a recibir desde la Corte Celestial, donde soy consciente de que hay mucha gente que me quiere y vela cada día por mí. Sin ir más lejos, mi abueli, ¡felicidades, guapísima, hoy es tu cumpleaños! Ella sé que, igual que hacía conmigo de niña, me protege y me ayuda en cada tarea que hago en casa: "Así, Mari, así se coge el hilo, no lo fuerces, déjalo a su caer..." No te olvido así pasen mil años, siempre estás en mi corazón y en mi alma, y hoy, siete años después de haberte ido con tu Antonio, aún salen lágrimas de mis ojos cuando te recuerdo. Nadie como tú, nadie, me ha querido ni me querrá. Fueron veinticuatro años compartiendo dormitorio contigo, riéndonos de mis tonterías y de tus ocurrencias, jugando conmigo y con mi hermano. "Aprovechando la luz" cuando yo me ponía a estudiar y tú te sentabas a mi lado con tus hilos y tu ganchillo y así no estaba yo sola; no me dirigías la palabra porque "la chiquilla estaba estudiando" y cuando terminaba, tocaban las buenas noches, rezar juntas dando gracias por el día y hasta la mañana siguiente.
Como una colegiala, acordándome de ti, alegrándome porque no has sido testigo de mis peores tiempos, y absolutamente feliz de saber que me acompañas en mi camino ahora, orgullosa abuela de una única nieta que se ha convertido en una auténtica mujer de bandera (¿ves? Como tú no estás, ya me lo digo yo). Te quiero, abueli, te amo con todo mi corazón. Háblale a Dios bien de mí, ¿vale?

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