Break time

Un saxo nocturno suena a pleno día en mi soledad laboral. Me trae muchas cosas a la mente, desde aquella que me ha inspirado el calificativo del instrumento, hasta todas las connotaciones que un saxo tocado con pausa, soft, smooth y todos los epítetos que se quieran adjuntar para indicar toda la sensualidad que es capaz de inspirar una melodía lenta, pausada, casi masticada en el aire que me rodea.
Sí, se va encaminando mi mañana hacia su final y confieso que estoy exhausta hoy, ya jueves, cuando miro hacia atrás y veo todo lo que ha tocado hacer hoy, y lo que aún me queda por hacer a partir de mañana.
Tiempo de pausa, de alto en el camino ya cuesta arriba de la jornada diaria. Muchos asuntos despachados, personas atendidas, citas puestas en una agenda que ya tiene hasta los topes la próxima semana, y la siguiente, en la que ya me toca viajar por aquello de ampliar conocimientos, saberes y horizontes.
De vez en cuando necesito parar y ponerme a escribir. Se ha vuelto adictivo esto de ponerme a las teclas y más de uno me lo ha dicho, que desde que se me ocurrió la idea del facebook estoy que no paro. Tampoco es para tanto, los hay peores que yo, muchísimo peores. Pero sí es cierto que el gusanillo de la escritura me roe cada vez con más fruición por dentro, me puede, es superior a mis fuerzas y, también he de confesarlo, no me da la gana de oponerme a él. Lo tengo muy mimado y así va a seguir siendo.
Adoro ponerme a las teclas cuando suena música de fondo; es mi principal fuente de inspiración a la hora de redactar, de trabajar, incluso de pensar o estudiar. Según va cambiando la música, se va modificando también el tono en que escribo, provocando mil y un gestos en mi expresión, desde esa ceja que se dispara sola, independiente casi, hacia arriba y que es la tortura china de aquél que me envidia con ansia porque sus cejas no se mueven más que al unísono y ambas a dos al tiempo. Lo siento, chico, tú tienes otras cosas que yo no puedo hacer... y ahí lo dejo.
Ahora es swing puro, ese que te invita a chasquear los dedos al ritmo de esa batería de fondo, incluso a susurrar un "subidú" o a levantarte de la silla y a ponerte a bailar, que tampoco me vendría mal después de llevar sentada casi toda la mañana.
Ahora mismo acabo de poner el título de esta entrada. He empezado a escribir sin una idea clara de lo que iba a salir y ahí está, ya colocado en su sitio, arriba del todo. Break time, recreo a casi las dos de la tarde, cuando mi cerebro empieza a encender las luces de alarma por falta de vitaminas, de alimento en general y por cansancio también generalizado.
Hay mañanas más duras que otras, todos lo sabemos y así se nos va notando en la cara, que se va alargando poco a poco, los ojos comienzan a pesar y no viene sueño, sino una comezón continua que te indica que ya está bien de fijar la vista, que te levantes y rato y te des una vuelta, aunque sea a ver si ha llegado algo de correo tardío. Así te puedes despejar un poco y volver a dejar la mesa diáfana para que mañana se pueda volver a llenar de papeles.
Papeles y vidas en ellos; ese es mi trabajo, ayudar a esas vidas en papel para que se rehagan, se recompongan y continúen adelante en esa eterna búsqueda de la felicidad que todo ser humano lleva encima.
Llegan ahora a mi despacho los olores de los edificios anexos, ya con las comidas haciéndose en los pucheros, pero hay alguien que no va a poder comer estofado hoy... el olor a pegado está empezando a empaparlo todo. ¡Pobres! Hoy, bocata.
Lo dejo ya. Voy a optar por levantarme y darme una vuelta, así estiro las piernas y, de camino, me traigo el correo o lo que haya podido llegar a estas horas.
Se termina también la pieza musical y aprovecho para abandonar mi despacho subida en mis tacones, hoy más modestos y cómodos que otras veces.

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