Un encuentro casual

Casualidad o no, el caso es que esta tarde he sido testigo una vez más del compromiso entre dos jóvenes. En esta ocasión sí que son jóvenes de verdad, toda la vida por delante y seguro que un millón de proyectos en esas preciosas cabezas. Guapos los dos para reventar, alegres, ilusionados, con tal brillo en los ojos que yo era capaz de verlo en la distancia...
Recuerdos de tiempos pasados, pero sin nostalgia dañina, sino todo lo contrario, con la esperanza cierta de que el amor siempre es posible, de que una persona puede encontrar siempre en su camino a aquella que la acompañe hasta el final de sus días; no que la complete, ni que la anime, ni que la levante... No, amigos, el amor no es "la necesidad de alguien que me" haga lo que me falta. No. El amor es muchísimo más que eso.
El amor es algo más profundo y hermoso que enamorarse. Las mariposas sólo son el inicio de lo que viene después: el conocimiento real y con los ojos muy abiertos de quién es ese hombre, de sus defectos y de sus virtudes, de que es una persona real, con limitaciones; ni más ni menos que igual que yo soy una mujer y tampoco soy perfecta. Pero resulta que, de vez en cuando, se encuentran dos almas que cruzan miradas y en ese momento salta una chispa interior que pone en movimiento todo el engranaje del enamoramiento: primero, esa atracción y luego ya viene el deseo de conocer más a fondo a esa persona, pasar tiempo con ella y a partir del conocimiento, abstraer lo necesario para decidirse por ella. Sí, he dicho decidirse; porque el amor es, sobre todo, voluntad: querer del alma para estar con el otro, porque -salvo que sea por vocación y por elección propia- estamos hechos para vivir con otro. Para ser felices con otro, que no tiene por qué hacernos felices, ya que la felicidad depende exclusivamente de cada uno, yo soy quien debo ser feliz y para ello es esencial estar en paz con uno mismo, aceptarse, quererse y valorarse como criatura única e irrepetible que soy. Y, sobre todo, porque somos hijos queridos de Dios; Él sí que nos valora a cada uno tal como somos y nos ama por nosotros mismos; se sabe nuestro nombre y nos llama por él, preocupándose por nuestras cosas particulares, nuestra risa, nuestro llanto, nuestros porqués, cómos y dóndes, nuestros sentimientos, caídas, levantadas.... tantas cosas que lleva puesta siempre la vida.
Sentados estos principios del amor de Dios hacia nosotros, sólo me queda una última cosa que decir: igual que Dios se ocupa de nosotros, el amor de pareja es así: conocer al otro y llamarlo por su nombre, saber lo que le gusta o disgusta, reír con él aun sin ganas; escuchar con atención su día de trabajo; animarlo en los bajones y compartir sus alegrías. En suma, amarle tal y como es, imperfecto, alto o bajo, rubio o calvo, pero precisamente se trata de que por ser así un día le elegimos, ¿no? Pues eso.

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