Todo se acaba

Es la reflexión que me ha venido justo cuando estaba escuchando una de mis canciones favoritas en una preciosa versión de The Temptations: que se termina, por mucho que me guste la canción, siempre llega a su fin, igual que ocurre con las películas que más me gustan, con las comidas ricas, con las cenas entre amigos... todo, todo se acaba dejando un recuerdo más o menos imborrable en el alma.
Pero, Lola, ¿seguro que todo se acaba? ¿todo, todo? Vamos a ver, todo lo que tiene que ver con nuestra materialidad; el tiempo pasa, los momentos se van al mismo tiempo que él y, si nos ponemos en plan melancólico romántico, es como la arena que cae entre los dedos, todo pasa, nada permanece quieto, todos morimos un poco cada día... ¡si sigo así, termino en depresión horrorosa y compungida cual damisela del s. XIX!
Vamos pasando por la vida, caminando y dejando atrás cada vez más kilómetros que los que nos quedan por andar; es una verdad, o mejor, un axioma. Sin embargo, hay cosas que no sólo no pasan, sino que son eternas y que nos estarán esperando aumentadas exponencialmente, con parámetros que se nos escapan, en la vida que nos está preparada después de ésta. Nuestro paso por la tierra es un entrenamiento para la que nos espera, la Vida con mayúsculas; si aquí somos capaces y tenemos la dicha de poder sentir el amor verdadero por una persona, seremos capaces de sentir un atisbo de lo que nos está reservado en el más allá.
Se trata de vivir cada instante, no de pasar por encima de él; disfrutarlo, palparlo, sentirlo, esculpirlo en nuestra alma para que quede allí, como un relieve que vaya dejando testimonio de todo lo que hemos vivido. No hay que lamentarse por el tiempo que ha pasado, sino por dejar pasar el presente sin pena ni gloria o, peor aún, encogidos por un futuro incierto e irreal.
Hemos sido creados desde el amor y para el amor, y las consecuencias de ello son increíblemente hermosas, porque eso nos hace capaces de sentir la belleza de la naturaleza que nos rodea y de percibir cada mañana nueva como un regalo a estrenar, cada jirón de nube roja que anuncia el amanecer es el lazo con que Dios envuelve su presente diario. Sí, lo he dicho muy bien ahora, el presente de cada día, el hoy que tenemos que vivir con intensidad, enamorados apasionadamente de este bendito mundo en el que hemos sido puestos. ¡Basta de lamentarnos por lo que pudo haber sido y no fue! Eso no es real, sino jugarretas de la imaginación, que a veces se pone así de traviesa.
Hoy, miércoles, 13 de septiembre de 2017 es el día que se nos pone ante los ojos y ante la vida para sacarle todo el partido posible. No permitamos que pase de puntillas o, mejor dicho, no pasemos nosotros de puntillas sobre él. Hay que pisar fuerte el suelo, dejar una huella indeleble en la vida de los que nos rodean, que se den cuenta de que estamos a su lado, de que les queremos sin reservas y sin esperar nada a cambio. El mundo sólo cambiará cuando de verdad nos amemos unos a otros de esa forma: sin intereses creados, sin esperar una correspondencia o un agradecimiento; para eso hay que ser muy valiente (amar es de valientes, de muy valientes diría yo). Para ello tenemos siempre la ayuda dispuesta de Dios, que nos ofreció la muestra palpable de su Amor por nosotros: nos entregó a Jesús, su Hijo querido en el que se complacía, para que los humanos de barro viéramos que era posible amar de la manera en que Él nos pedía. Y sé que se puede amar así, a fondo perdido, aunque no te correspondan, aunque te tomen por "bicho raro" (tengo todos los calificativos posibles en mi haber, doy fe), es la mejor manera de caminar por el mundo, con la cabeza muy alta, la sonrisa en la cara y la confianza absoluta en que no me va a pasar nada malo porque estoy en las manos de Dios, de mi Padre del cielo, que me ama sin límite y me ayuda a ser testigo de su amor. Camino en la tierra, con paso firme y garboso encima de mis tacones, sintiendo la brisa en la cara y la mano de Dios sobre mi hombro.
Merece la pena vivir así. A estas alturas de mi vida no entiendo otra manera de hacerlo.

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