Pensando en voz alta

Preciosísima canción de Ed Sheeran, acompañada de un no menos hermoso video -añado-, que me transporta a la tarde de ayer cuando fui testigo de una boda, y esta vez no fue casualidad. Por una vez en los casi cuatro años que llevo viviendo en mi nuevo barrio, es la primera boda a la que asisto como invitada y en la que he tenido el honor de poder participar no sólo en los preparativos sino también ayer en la Eucaristía, compartiendo con un hermano del novio la Oración de los Fieles por la Iglesia, los recién casados y las necesidades del mundo.
Confieso que estaba nerviosa como si fuera mi hermana pequeña la que se casaba; pensar en vestido, complementos, peinado, incluso consulté con mis amigas más íntimas y ellas me ayudaron a ponerme guapa ayer. Aunque la mayor belleza se asomaba a mis ojos en forma de brillo, ese destello potente y tierno a la vez que brota desde lo más profundo del corazón cuando se palpa una situación especial. Y ésta lo fue; no se por qué, pero la realidad era esa. Los padres de la novia, a los que conozco desde hace ya bastantes años me han hecho partícipe de organización y sorpresas, de su ilusión y del orgullo de tener una hija tan preciosa; tuve también la alegría de colaborar en el equipo parroquial que dio el cursillo prematrimonial al que asistieron los novios, siempre sentados en primera fila y clavando sus ojos en mí -sobre todo la novia, esos ojazos tan vivarachos y llenos de alegría e ilusión-, atentos a lo que les decíamos y les transmitíamos.
Ayer fue el gran día; la basílica engalanada para la ocasión, los nervios por todas partes; las chicas que tocaron maravillosamente durante la celebración también me implicaron en cierto modo: "perdone, ¿puede avisarnos cuando lleguen los novios? ¡no podemos estar mirando y tocar justo en cuanto entren!". Sorpresas y regalos de Dios para mí, para que nunca olvide el valor de un Sacramento tan grande y hermoso como el del Matrimonio; para que siga creyendo que es posible el "para siempre", que el amor verdadero existe y se puede palpar en el ambiente, en esa "magia" que ayer crearon los ojos de Pablo mirando a los de Rocío, fijos unos en los otros. Amor destilado durante una ceremonia religiosa de la que fuimos testigos muchos allí presentes, con un rito recuperado: velar a los novios durante la bendición nupcial (velo sobre la cabeza de la mujer y los hombros del varón, signo del yugo suave que comparten, "porque mi yugo es suave y mi carga, ligera").
Amor demostrado con la complicidad de las miradas mientras atendían a los invitados, cruces de miradas y sonrisas, "tequieros" en silencio pero estruendosos que volaban entre ellos.
La guinda de la noche la puso la novia, ataviada con una bata de cola y bailando para su recién casado y amado; música en directo y los ojos de ella literalmente clavados en los de él, que no salía de su asombro ante tal alarde de pasión (¡indescriptible la expresión de esas manos dibujando en el aire y de esos ojos fijos en él!); almas taconeando entre ellas, cantando unas alegrías mientras que los demás estábamos embobados, mirándolos y dando gracias por el milagro del amor entre hombre y mujer.
Pregunta Mr. Sheeran en la canción si aún se amarán cuando tengan 73, cuando la belleza ya sólo forme parte del álbum de fotos, cuando vengan los malos tiempos, los fríos y el camino recorrido sea mayor que el que falta por recorrer. Creo que sí, que será de esa forma y aún mejor de lo que es ahora. Pensando en voz alta, así se lo pido a Dios ahora mismo, que se amen cuando tengan 83 y 93 y 103... si de verdad ayer Él estuvo invitado a la boda y se quedó con ellos para siempre, será así, como se titula el famoso soneto de Quevedo: "Amor constante más allá de la muerte".

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