Oleada

Así se llama la canción que estoy escuchando en este inicio de lunes, de inicio de semana después de un super fin de semana, lleno de emociones, de risas, de buena compañía, buena música y crecimiento personal y colectivo.
Oleadas que nos llegan a todos los sentidos desde los cuatro puntos cardinales de la realidad, sentimientos que nos embargan por momentos y nos dejan luego con resaca de querer más, de emocionarnos más con una canción, una mirada o el leve roce de una mano. Momentos que van conformando nuestra alma de retazos de ilusión imaginada en un mundo irreal que, a veces, se parece bastante a la realidad que vivimos.
Como olas llegan personas a nuestra vida y a veces nos arrastran hasta lo más profundo del mar, obligándonos a aferrarnos a ellas como una tabla de salvación que, en los malos momentos, se convierte en piedra de hundimiento hasta que nos damos cuenta de que nos falta el aire y, gracias a Dios, las soltamos para que se vayan ellas solas al fondo y nosotros podamos salir a morder el aire y volver así a la vida.
Una ola tras otra, así es la vida y así son las consecuencias de nuestras decisiones y de nuestros actos, como una piedra lanzada a un lago, en círculos concéntricos se van expandiendo las ondas que llegan hasta la orilla. Si yo amo a alguien, eso tiene repercusión en mi entorno, y así sucesivamente cada hecho, cada elección, va configurando nuestra playa particular.
A veces, la ola trae desechos del mar, pero la mayoría de las veces trae aventuras para vivir, alguna botella con un enigmático mensaje que nos hace imaginar en el misterioso autor de la misiva, dónde estará, si es un náufrago de una perdida isla allá por el meridiano del paraíso...
Otras veces somos nosotros mismos quienes hacemos acopio de valor y montamos las olas, surfeando desafiantes al peligro de un posible atropello por parte del mar, enfadado por nuestro exceso de confianza.
El mar, ese inmenso silencio de agua, que a veces te mece con su nana hasta que caes en un placentero sueño y otras se muestra como un amante celoso que quiere llevarse con él todo lo que encuentra en sus orillas. El misterio de lo desconocido, esa extraña y peligrosa atracción que ejerce sobre los que lo observan, sobre los que viven en su proximidad; ese aroma a sal, esa brisa húmeda que te cala hasta los huesos al tiempo que provoca una potente adicción.
Ese lugar donde me encuentro a mí misma, en mi propia soledad, en mi propio océano de pensamientos, en lo más recóndito del corazón, donde se encuentra mi amor verdadero, mi auténtica pasión, esos ojos desconocidos que me miran y me taladran hasta lo más hondo de mi ser, conociendo mi realidad más real, mis más ocultos deseos, recelos, ansias y remordimientos. El sinónimo de lo que significa abandonarlo todo por amor y remar a lo más profundo, más lejos, siempre más lejos, navegando sin mapas hacia la Ítaca infinita, guiados por el mejor de los pilotos.
Más adentro, siempre hacia adelante y sin volver la vista atrás para no perder el rumbo. Hacia el horizonte, esa delgada línea que aparece ante nosotros y no parece tener fin, porque no puede tenerlo; el mundo es redondo y no tiene término como tampoco lo tiene nuestro plan de viaje, que vamos conociendo momento a momento, segundo a segundo: Él es quien va dictando las direcciones y las coordenadas de cada momento. Ahora mismo está diciéndome que en no mucho tiempo vamos a hacer un alto en el camino para revisar ruta y continuar camino, aunque me parece que vamos a tomar una nueva dirección, inexplorada hasta ahora. Sola, como no era consciente de estar hasta hace un par de días; sin nadie que me diga lo que tengo que hacer, más que yo misma y mi compañero de camino, el que llena mi corazón de Amor y mis ojos de ese especial brillo.
Hacia donde Tú digas, parafraseando a Rut, donde Tú vayas, iré yo; donde Tú habites, habitaré yo, Tu Dios será mi Dios, donde quiera que muera, contigo iré y, si soy merecedora de ello, compartiré tu Eternidad contigo por todos los siglos.

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