Haciendo piña

Suenan los preciosos acordes de "My girl", con un saxo que te llega hasta la misma médula del alma. Estoy sentada en mi sofá, con mi portátil grácilmente depositado en mi regazo y haciendo memoria de lo que hasta hace poco más de dos horas ha supuesto un giro de ciento ochenta grados en mi vida. Me parece increíble lo que me está ocurriendo, habría tachado de loco a quien me hubiera advertido de ello.
Podría decir que se está renovando mi vida, pero no es así. Mi vida se está haciendo nueva, que es muy distinto: tras unos años de readaptación a un nuevo estado, el Señor está procediendo a hacerla nueva, como si lo hasta ahora vivido sólo hubiera sido un preludio a la sinfonía que está empezando a sonar. Por ahora no se oyen más que los instrumentos afinándose entre ellos, pero la partitura ya la he visto. Para alguien que no sabe solfeo pero tiene un excelente oído musical, casi suena ya en mi corazón y he de confesar que me encanta.
Lo que hasta hace unos días era una simple ilusión ha tomado forma en inicios poco menos que con dolores de parto incluidos, porque me va a doler -¡y mucho!- hasta que salga adelante la "criatura". A mis cincuenta y uno vuelvo a retomar los libros y me he embarcado en la tarea académica más ilusionante hasta ahora. En los últimos post de este blog lo comentaba yo poco menos que con enigmas que sólo los más cercanos a mí eran capaces de descifrar. Ahora ya puedo decirlo con claridad, aunque sin asegurar la calidad de los resultados: por fin inicio esta próxima semana mis estudios de Teología como introducción a los de Derecho Canónico.
Una ilusión alojada en mi corazón desde hace mucho tiempo, desde que el Señor me regaló aquel primer "susto" cuando me nombraron Notaria del Tribunal Eclesiástico de mi preciosa y bendita Diócesis, y me entregaron por toda información un volumen del Código de Derecho Canónico que miré con ojos de "¿pero-esto-qué-es-lo-que-es?". Ese día fue el principio de algo hermoso, grande e inmenso como el amor de Dios por mi pequeña persona; jamás pensé que podría amar una profesión tanto como adoro la mía.
Sé que la tarea que me espera es larga, ardua y seguro que a veces tediosa (lo viví en mis años mozos, cuando inicié los estudios de Filología), pero en los últimos dos días no me han podido animar más personas, ni me he podido sentir más arropada y querida que los pasados jueves, viernes y hoy por la mañana. He conocido personajes importantísimos en el mundo del Derecho Canónico y, para mi alegría, he descubierto en ellos la acogida y la disponibilidad para ayudar en lo que se les solicite. Supongo que les ha llegado al corazón el verme la ilusión en los ojos y las ganas que se desprendían de mis palabras en las conversaciones que he mantenido con ellos.
Vuelvo ahora del X Simposio de Derecho Matrimonial y Procesal Canónico, que se ha celebrado en Granada. Han sido unas jornadas muy intensas, con temática más que interesante y con unos excepcionales ponentes. No hay congreso que se precie en el que no haya también rato para el esparcimiento y la diversión; éste no iba a ser una excepción y, sí, también he de confesarlo, me he divertido de lo lindo. Reencuentro con amigos de siempre, a los que he ido conociendo un poco mejor y más en profundidad; he conocido a muchos más y hemos conectado a la primera, incluso nos hemos intercambiado teléfonos y hemos quedado para vernos en próximos encuentros de nuestro "gremio".
La convivencia ha sido absolutamente genial; el cariño de los viejos conocidos se ha desbordado, como siempre que nos vemos. El ambiente ha sido genial hasta el punto de que el principal organizador ha dado las gracias esta mañana por el compañerismo y la alegría mostrados por los asistentes y ponentes.
Una importante recarga de pilas para los que hemos asistido y para mí, no una renovación, sino que ese libro que mi querido hermano me dijo que tocaba ya abrir, lleva ya varias páginas escritas. Sólo pido ayuda a Dios para que tenga buena letra y mejores resultados.

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