El perdón

No hace muchos días, escuchábamos en la Misa del domingo, cómo Jesús le contestaba a Pedro acerca de las veces que hay que perdonar al que nos ofende; "hasta setenta veces siete", fue la respuesta del Maestro. "¿Cuatrocientas noventa?", me preguntó una amiga, con una irónica sonrisa. Sí, ese número era infinito para los que estaban escuchando allí, en aquel tiempo; para nosotros no parece tanto, pero si en lugar de aplicarlo al perdón de los demás, que tanto nos cuesta siempre, lo aplicamos a nosotros mismos... ¿cuánto supone?
Y es que muchas veces, nosotros somos nuestros peores enemigos, los jueces más inflexibles e implacables, los que no tenemos en cuenta ni un solo atenuante antes de dictar sentencia condenatoria contra el pobre reo. Perdonarse uno mismo es de las acciones más difíciles que existen, y lo digo por experiencia propia; también pasé por ahí, y me demostré una jueza realmente cruel contra mis decisiones, mis actos, mis pensamientos, contra todo lo mío.
"Si yo te perdoné incluso antes de que te dieras cuenta de que habías metido la pata, ¿por qué te maltratas así?", fue su pregunta.
"Si yo terminé en la cruz para liberarte de tu propio mal, de tu estrechez de mangas y de tu severidad contigo misma, ¿por qué continúas flagelándote sin piedad?", fue la siguiente.
"¿Hasta cuándo vas a ser tan tú? ¿Cuándo te vas a dar cuenta de que te amo porque sí, porque me da la gana?", y así continuó hablándome al corazón mientras yo era un océano de lágrimas interiores, hasta que me miró con sus profundos ojazos de ternura y me dijo: "Tengo más fe en ti que tú misma, ¿quieres que te enseñe cómo eres en realidad?"
Y me cogió de la mano, y nos fuimos paseando tranquilamente por la playa. En silencio me contó lo que yo sentía, en quién creía, a quién amaba de verdad, cómo era mi voz, mi mirada, cuánto le gustaban mis ojos y mi manera de escribir; que en realidad yo cantaba muy bien, sobre todo cuando eran canciones dedicadas a Él, que le encantaba escuchar mi plegaria de cada día por todos los que amo en esta tierra.
"Y lo más importante -me dijo- está aún por llegar. Ten un poco de fe en mí, queridísima mía, ángel de mi corazón. No te haces idea de los planes que tiene mi Padre contigo. Confía. Sólo eso, confía y ama sin medida".
Y en eso estamos, confiando y amando sin medida a todo el que entra en mi vida. Es un plan mejor que excelente, porque desde que empecé al llevarlo a cabo no han parado de sucederme cosas buenas. Voy de sorpresa en sorpresa, de regalo en regalo y, lo que no cambiaría por nada del mundo -de este ni del que venga- es conocerle, estar con Él y hacer de Él el centro de mi vida.

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