Amaneceres

Hoy me ha regalado el Señor una indescriptible escena de amanecer mientras venía para el trabajo: una sinfonía de anaranjados, rosas y azules me despedían según subía por la Carrera hacia mi preciosa Catedral. Ya en la plaza, he podido disfrutar en silencio estridente dentro de mi alma de un marco inmejorable para la Gran Señora, ese bendito lugar donde mora mi Dios. Las nubes ya no eran jirones, sino más espesas y con colores más intensos, que rápidamente se han difuminado hacia amarillos pastel...
No he hecho fotos. No soy de las que van con el móvil presto para la batalla; soy así, tan así que prefiero disfrutar y dar gracias al mismo tiempo de esos momentos que te presenta el Señor para darle las gracias por un nuevo día que me ha entregado nuevo a estrenar.
Tres amigos míos (de los irrepetibles) me han enviado las fotos de sus amaneceres; también son indescriptiblemente bellos, cada uno en su estilo, como sus corazones; esas almas que el Señor puso en mi camino en distintos momentos de mi vida, siempre especiales, encuentros "casuales" que ocupan hoy un lugar más que especial dentro de mi corazón.
Somos corazones diferentes, en distintos cuerpos y con distintos oficios y tareas en la vida, pero vamos al unísono: si uno llora, los demás intentan consolarle o, al menos, estar a su lado, hacerle saber que no está solo, que todo es posible cuando te sientes amado, comprendido y aceptado aun sin explicaciones. Y, si el motivo es el gozo, no hay quien nos gane a la hora de celebrarlo en una reunión, tradicionalmente "wellingtoniana"; sabemos disfrutar también.
Somos hermanos del alma que estamos siempre ahí, para lo que haga falta. Una petición en el grupo, casi siempre de oración por la intención de alguno y los demás vamos "a piñón", como se dice ahora.
Amaneceres, comienzos, inicios de vidas que tienen lugar cada día con el despertar del sueño. Oportunidades para mirar con los ojos de Dios a todo el que se nos acerca o con el que nos cruzamos. Gracias que debemos dar continuamente porque sí, porque somos amados, queridos y mimados por Él, aunque muchas veces el ajetreo del día no nos deja darnos cuenta ("Marta, Marta, andas ajetreada con lo que no alimenta...").
No he podido hacer la foto, lo siento. Sólo he podido hacer esta pobre descripción de lo que mis ojos han visto, y me quedo muy corta en palabras porque no hay ninguna que pueda aproximarse al sentimiento del corazón. "De lo que abunda el corazón habla la boca", sí, pero hoy se queda muy, muy corta. Boquiabierta me he quedado al girar mi cabeza desde lo alto de la cuesta cuando he intuido un color anaranjado en el cielo por el rabillo del ojo.
Y es que así se queda una, con la boca abierta, con el alma de par en par cuando el amanecer de Dios aparece en tu alma, cuando te quedas a solas con él en ese silencio de la noche cuando empieza a dejar de serlo, cuando en tu oscuridad atisbas que empieza a clarear la luz allá en el horizonte. Poco a poco comienza esa sinfonía de colores que distinguen tus ojos y que escucha tu corazón, lentamente te vas dejando abrazar por el silencio, por el calor de esa primera luz que va inundando tu cara y que te envuelve poco a poco. Y, para cuando te quieres dar cuenta, ya te ha cazado; ya estás presa de sus ojos, de sus brazos, de su amor sin fin.
Amaneceres de vida, de gozo sin fin, de dicha hoy y ahora. Si esto es en la tierra, ¡cómo será en el cielo!

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