Olor a mar

Soy de secano. Siempre lo he dicho y casi lo he llevado a gala. Sin embargo, hoy tengo nostalgia de mar; lo confieso. Cada vez que he tenido el privilegio de gozar de un fin de semana en la playa me he quedado embriagada por el olor de la brisa marina... me puede. Es más fuerte que un narcótico para mí; me trae sentimientos en lugar de recuerdos, me lleva a lugares donde todo es posible si cierro los ojos, si me dejo llevar por su olor y su voz... me atrae irremisiblemente.
Estoy leyendo una novela aún inédita y me encuentro en un capítulo en el que describe unas instalaciones a la orilla del mar, en una isla de fantasía; de fondo, Debussy y "Le mer"... imposible no sentirme transportada a ese lugar donde el mar me llena, me completa y me deja a solas con mis mejores sentimientos y con la memoria de acontecimientos que nunca ocurrieron, pero que podían haber sucedido.
Vacaciones, tiempo para hacer silencio en el alma, que por unas semanas deja de lado todos los vaivenes estresantes que el trabajo lleva cosidos y deposita en mí. Tiempo en el que puedo leer y dejar volar toda la fantasía de que soy capaz hasta mundos impensables, inimaginables y vividos en uno y mil sueños durante mil y una noches.
El mar, ese sinónimo del infinito de mi alma, poblado de seres fantásticos y también de seres reales que me hacen sentir como en un sueño interminable, alegre, agradable y lleno de felicidad. Déjame un rato más pensar y vivir en ese sueño, necesito cargar pilas a mi ilusión y a mi fantasía sin fin...
Siempre me ha hechizado el mar, la ingente cantidad de criaturas que lo pueblan, como si fueran un planeta dentro de mi planeta: yo, de tierra y ellos, de mar. Desde pequeña me encantaban los documentales sobre el mar -aún me enamoran- y era una fan incondicional del gran Jacques Cousteau y su estupenda serie. Ahora, cuando ya peino canas, sigo estando enamorada de ese azul infinito, de ese olor que le hace visible aun de noche, cuando llega la brisa hasta la ventana y su nana ayuda a conciliar el sueño.
También me enamora verle enfadado, esas olas que rompen sin piedad contra todo lo habido y por haber. Mi emblema personal es el faro, luz en la noche que se mantiene firme, haciendo frente a las olas, por fuertes que sean. Más de uno me ha calificado de "bicho raro" cuando he comentado mi afición por las fuerzas desatadas de la naturaleza: tormentas con rayos, truenos y centellas; olas bravas rompiendo contra todo, volcanes... Igual es que yo también soy un poco así: a lo bruto y salvaje, porque no puedo ser de otra manera, porque mi alma está poseída por el mayor de los amores que nadie puede encontrar y de ahí sale mi fuerza para hacer frente a cualquier cosa que se me ponga por delante, en tierra o en mar. Sí, quizá sea eso, que me siento fuerte porque fuerte es el amor como la muerte, cruel la pasión como el abismo, como dice el Cantar de los Cantares. Me domina un Amor fuerte como la muerte, que jamás pasará por mucho oleaje o lava volcánica que lo asalte.
Pasa la tormenta y vuelven las olas a su sitio, suaves, danzando a ritmo de vals con la playa, un aroma de mar, de paz y serenidad interior que me va meciendo y me duerme, tranquila, en sus fuertes brazos.

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