De naranjas y otros cítricos

Hay que ver lo de las asociaciones de ideas... es algo apasionante. Estás tomándote un zumo de naranja fresquito y te viene a la mente una conversación, ya lejana, en la que una amiga te comentaba la inquietud de su hijo porque "no le salía novia". Fue de lo más divertido ver el contraste entre la preocupación lógica de la madre por la situación de pocas luces de su hijo y el desasosiego de la juventud casi adolescente. La media naranja que andará por ahí haciéndose zumo por otro...
Otro amigo, cuando sale el tema de la media naranja, casi se enciende y dice, levantando la voz, que eso es una solemne majadería porque todos somos naranjas completas. Estamos hechos y terminados, y no necesitamos nadie que nos complete. Entonces, ¿de dónde viene esta historia?
Una vez más hemos de remontarnos a la Grecia clásica, más en concreto a Platón. Él esbozó la teoría de que en el principio no había hombres ni mujeres, sino seres "completos" que fueron divididos y desde entonces andan hombres y mujeres,unos en busca de los otros para completarse. Yo estoy de acuerdo con mi amigo y creo que nadie está hecho a medias.
Vale, Lola, me parece bien lo que expones. Pero, ¿qué buscamos entonces en el otro? Bueno, quizá no sea esa la pregunta correcta, sino más bien qué no buscamos en el otro. En primer lugar, no buscamos -al menos, yo no- que nos haga feliz; la felicidad depende de uno mismo, de saber aceptar las cosas conforme vienen, de tener paz y serenidad de espíritu, de no necesitar nada porque se sabe vivir con lo que se tiene... Si uno no es feliz y está esperando a que venga otro para serlo, va listo.
Creo que con este principio las cosas se aclaran bastante: si yo soy feliz tal y como estoy ahora mismo, si encuentro ese hombre que me guste y me haga plantearme la posibilidad de compartir mi vida con él, tengo más objetividad a la hora de sopesar y valorar lo acertado o no de la elección. Porque el amor, queridos amigos, no son sólo mariposas en el estómago -ni muchísimo menos- son muchas cosas más; entre ellas, voluntad de querer conocer más a ese hombre. Éste es el principio de una relación sana: conocerse, saber gustos, creencias, puntos fuertes ¡y también los flacos! del otro, y elegirlo cada día porque nos agrada estar con él, pasear, hablar, confiarle lo que siente nuestro corazón... Si él siente lo mismo y la relación funciona bien (lo que no implica que no haya discusiones, porque, al fin y al cabo, se trata de personas distintas), se puede plantear dar un paso más, y así sucesivamente hasta que la muerte nos separe. Porque de eso se trata: de crecer juntos, de caminar de la mano, discutiendo cuando haga falta y arreglando los conflictos de manera civilizada y poniendo por delante el amor, la caridad, con el otro. El texto de San Pablo que se lee en tantísimas bodas por la Iglesia deberían llevarlo tatuado en la frente los esposos, para leerlo cada mañana y que no se les olvide nunca, porque es básico para la convivencia: conocer al otro y disculparle sus salidas de tono, sus cruces de cables al volver del trabajo porque no sabemos la causa de su estado de ánimo; esperarlo todo de él porque puede llegar muy lejos si le apoyamos en sus iniciativas e inquietudes; creerlo todo de él porque es el que hemos elegido para ser nuestro compañero y porque, al creer en él, le ayudamos mucho en su propia autoestima pues sabe que está respaldado; soportarlo todo, pero no con esa resignación mal entendida que amarga el alma y el entorno, sino como un soldado que clava los pies en el suelo y se planta frente al enemigo, dispuesto a hacerle frente. Dos personas que deciden llevar a cabo todo esto, y además con la ayuda de Cristo en medio de ellos dos, son absolutamente invencibles. Donde esté esto, ¡que se hagan un zumo con las naranjas!

Comentarios

Entradas populares