Out of Africa

Hacía muchísimos años que no escuchaba esa preciosa banda sonora. Cuando vi la película, hace ya ni recuerdo de años, me caló hondo en el corazón. Esa preciosa historia de amor entre la danesa y el espíritu libre de aquel guapísimo Robert Redford (jamás habrá nadie tan guapo) fue de las que dejan huella. Preciosos esos violines que te transportan a ese lugar secreto tuyo donde te escaparías con el amor de tu vida, sin importarte lo que dejabas atrás... (profundo suspiro).
Banda sonora y nostalgia en el fondo de la historia, contada desde el presente, cuando ya la protagonista es anciana y rememora aquellos tiempos tan turbulentos y al mismo tiempo tan ideales, que no volverán nunca más.
La nostalgia, esa puñetera memoria que nos trae tiempos pasados que nos tocaron el corazón y que en muchas ocasiones nos sube las lágrimas al borde de los ojos para intentar salir, por más esfuerzos que hagamos por contenerlas. Hoy me ha ocurrido en varias ocasiones durante la Eucaristía en que hemos dado gracias a Dios por la hermana de un excelente amigo (e irrepetible, por cierto), que ayer llegó a Ítaca y seguro que la estaban esperando con los brazos abiertos. Este buen amigo, aunque ya entrado en años (no es ningún chavalín), sigue conmoviéndome cada vez que predica en una Misa. Desde que Dios me regaló el conocerle, hace ya casi treinta años, es una delicia escucharle hablar de Dios y de las maravillas que Él hace cada día en nosotros, y de cómo nos ama y nos quiere felices, y nos regala cada día lo mejor de sí, que es Él, en cada amanecer, en cada sonrisa que nos dan, en cada abrazo, en cada beso, en cada ser querido, en cada persona que conocemos "casualmente" y se queda a vivir en nuestro corazón.
Es triste dejar partir a alguien para que arribe por fin a la orilla de Ítaca, sobre todo cuando el viaje ha sido largo a tu lado, cuando la has conocido, la has visto más o menos veces, pero siempre ha habido algo que te la ha recordado, porque la has visto después de un tiempo o porque, esperando verla en alguna celebración, no ha aparecido. Pero no nos podemos quedar en ese poso de amargura, en esa nostalgia (etimológicamente "dolor por el regreso"), sino que debemos estar alegres porque si nos dejó fue para encontrar algo mejor, el hogar, el lugar que Cristo fue a preparar (lo dijo a sus apóstoles: "me voy a prepararos un lugar"), y dudo mucho que se pueda estar en otro sitio mejor.
Nostalgia, pero de la buena, de esa que te deja una sonrisa en la cara y el agradecimiento porque durante el viaje hasta la Ítaca eterna, has sido tan afortunado, tan mimado por Dios, que te ha regalado conocer a muchas personas que han pasado por tu vida y te han hecho mejor persona. Hoy lo pensaba durante la acción de gracias, yo, precisamente yo, me encontré a este buen sacerdote cuando ni siquiera entendía lo que era caminar hacia Ítaca y sólo había leído la de Homero. Ítaca me está regalando un gran viaje, y soy más consciente de él gracias a que comprendí lo que significaba, la grandeza de ser cristiana, de ser hija de Dios. Mi encuentro personal con Cristo, esa primera vez que te marca y te deja inundado en lágrimas, porque no hay palabras que puedan explicar esa vivencia, fue gracias a este amigo. Jamás olvidaré aquella experiencia, como jamás se olvida el primer amor, ese primer "te quiero" que dices y te dicen; pero esta primera vez a la que me refiero, no tiene parangón con ninguna otra. Enamorarse de Cristo es "la experiencia", no se puede calificar porque no se puede calificar el amor de Dios, como dice el Cardenal Sarah, para hablar de Dios hay que empezar por callar, y eso es lo que voy a hacer.

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