In memoriam

Título clásico para un homenaje, pero no voy a hacer ningún panegírico, sino más bien una acción de gracias a Dios por haberle puesto en mi camino hace ya muchísimos años.
Se me ha ido uno de mis mejores profesores, que me enseñó lo divertido que puede ser aprender y, más aún, enseñar. Hace más de treinta años (treinta y cuatro, ahora que lo pienso) que le conocí, en aquel día, en aquel "Colegio Universitario Santo Reino", germen de lo que hoy es nuestra Universidad de Jaén.
Ciento y pico jóvenes metidos en aquella Aula Magna, con la cabeza llena de sueños y el corazón ilusionado empezábamos una carrera universitaria; para mí era un inmenso gozo ver cómo se estaba materializando mi mayor deseo: estudiar Filología Clásica para así poder enseñar un día la belleza de dos lenguas inmortales, como son el latín y el griego clásico.
Y allí, estaba él, D. Juan Higueras, elegante como un figurín, ingenioso, de verbo fácil y agudo, nos explicaba en qué iba a consistir su asignatura (Latín I), al tiempo que se presentaba a sí mismo y yo empezaba a quedarme impresionada por su saber y su manera de entender la enseñanza. Poco a poco le fui conociendo y descubriendo que, tras el profesor (uno de los mejores, repito) había un sacerdote, un hombre que había decidido entregar su vida al servicio de Dios y de los hombres. Aprendí de él que también Dios anda entre los latines (con licencia de Santa Teresa de Jesús), Plauto, Salustio, Cicerón y otros muchos más fueron dejando su impronta, sus frases y sus estilos en mí gracias a D. Juan. Era exigente y te corregía sin miedo y con firmeza, pero es que no entendía (ni yo tampoco lo entiendo) otra forma de enseñar que no sabe como no sea así: corrigiendo y explicando.
Clases divertidas y tres años que han quedado esculpidos en la memoria de mi corazón y forman parte de mi bagaje personal. Tardes pasadas en el archivo de la Catedral de Jaén y en las que se fue formando un equipo de estudiantes, aprendiendo a investigar y buscando bulas entre legajos polvorientos, risas al terminar la jornada cuando se nos hacía de noche y había que andar por las galerías y las naves de una catedral en penumbra. Amistades que hicimos en aquellos tiempos y que aún perduran.
Tres años de aprender, de estudiar, de trabajar y de divertirme aprendiendo que me dieron la base sólida que luego me fue más que útil durante los años de especialidad en Granada. Modos de entender la enseñanza y de demostrar lo que es amar una profesión y una lengua que me ayudaron también a descubrir el significado de la palabra vocación, porque él tenía vocación también para enseñar, y a ir configurando la mujer que soy hoy.
Tres años de universidad y el resto de la vida de recordar tiempos cuando nos veíamos, de reírnos juntos y de saludarnos en latín: "Valeas! Quomodo habes?".
Valeas, Ioannes, memento nobis cum videris Cicero!
Sit tibi terra levis!

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