The day after

After... what?
Pues después de muchas cosas. Jamás pensé que se podía acumular tanta historia en un solo día; jamás, hasta ahora, claro. Ayer fue un pudo haber sido y no fue, un día en el que había planes que se fueron al traste y, probablemente, ocurrió así porque era lo que tenía que pasar para que sucedieran otras cosas y se cumplieran otros planes de bastante más altura. Porque somos así, siempre nos damos cuenta de las cosas después que han ocurrido, siempre miramos hacia atrás para ver dónde hemos tropezado cuando ya ha pasado todo: traspiés, caída y vuelta a levantarse. Somos after todo, porque no nos da la gana dejarnos ayudar por quien sabe más y mejor lo que nos conviene, porque nos empecinamos, me empecino, en salirme con la mía de ese plan tan estupendo que me he hecho yo en mi preciosa cabecita, donde todo, absolutamente todo, sale a pedir de boca. Luego, como siempre, vienen los llamados "imponderables", que no son más que las voluntades y las vidas ajenas que funcionan tal y como son: distintas a mí, cada una con su propio afán que es quien dirige sus pasos y sus preferencias. El día que aprendamos a vivir aceptando que el otro actúa de modo distinto porque él es distinto y no para fastidiarme a mí, creo que habremos ganado mucho en tolerancia, paciencia y trabajo en equipo.
Después de los planes presuntamente chafados por azares del destino, resulta que ayer fue un día estupendo a pesar del montón de trabajo, de las incomprensiones mutuas, ajenas y mediopensionistas, del calorín que me estaba esperando con avidez cuando salía del trabajo, de tantos pesares como pueden acumularse en unas cuantas horas. Por la tarde, de repente, las piezas del puzzle de mi vida ayer se encajaron perfecta y suavemente cuando me senté delante de Él con toda mi frustración en los bolsillos y los vacié para que me orientara y me dijera qué hacía con todo aquello. No me dijo nada, me miró a los ojos y me tembló hasta la última pestaña; se agachó, lo recogió todo y lo miró con pausa. Me dio las gracias y me lo devolvió convertido en paz, serenidad y, lo mejor de todo, el abrazo que sentí que me daba, besándome en la frente mientras me decía: "¡cuándo aprenderás, chiquilla!".
¿Cuándo aprenderé? ¡Uff! No lo sé, pero como no espabile me esperan aún muchos "afters".
El caso es que ayer, por la tarde, mimetizándome con el medio que me rodeaba, es decir, con el móvil en la mano mientras andaba por la calle,  planteé una quedada pequeñita, con mi amiga del alma, que fue contestada en cero segundos: "¡Esto es telepatía! ¡Te iba a proponer lo mismo!". Y, dicho y hecho, porque cuando dos mujeres se ponen de acuerdo, puede arder Troya que lo que se propongan lo hacen, nos fuimos a un lugar próximo a casa, un sitio muy especial para nosotras, porque allí hemos hablado y preparado temas y hechos muy importantes para la vida de las dos, allí he ido con estupendos amigos a comer y a cenar, allí celebré mis cincuenta, y allí hice amistad con una de las mejores personas que el Señor ha puesto en mi camino: Paco Piedra, excelente cocinero y un hombre "en el buen sentido de la palabra bueno", que decía Machado.
Una puesta al día de la vida de cada una, risas, desahogos y demás conversaciones, en torno a un magnífico y fresquito Verdejo que duraron hasta bastante tarde. Al final, unos inesperados vecinos de mesa que terminaron sentándose con nosotras y riendo todos juntos hasta que nos dimos cuenta de que no quedaba nadie en el restaurante y, como ya era hoy, levantamos el campamento.
After all, después de todo, los mejores planes nunca son los míos; los mejores planes siempre me los hace quien más me ama, el que tiene el corazón más grande del universo. Nadie como Él para enderezarme la vida.

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