Siempre, siempre la supera
Desde que estoy en mi despacho, se ha cumplido a rajatabla una máxima: "La realidad siempre supera a la ficción." Estricta y rigurosamente cierto. La última ha sido esta mañana, y de surrealismo puro. Una conversación casi de besugos y por teléfono, que trascribo:
"- Buenos días.
- Buenos días.
- Que soy Mariano.
- ...
- Sí. El de Villanueva la Torcía.
- ¿Y?
- Que me ha dicho el cura que la llame.
- ¿Y?
- Pá que me dé la nulidá."
Sin palabras. Por una vez en mi vida, me he quedado sin palabras. Por más que he intentado explicarle de qué va el tema, me he dado de cabezazos contra un muro como el de Berlín. Y es que cada día me encuentro con algo que provoca el mayor de los asombros ante las capacidades del ser humano, incluida la dureza craneana.
Todos los días la realidad que me encuentro me hace caer en la irrefutable irrepetibilidad del ser humano, de cada una de sus circunstancias. Somos completa y absolutamente distintos por dentro y por fuera, en planteamientos, creencias, apetencias, dimes y diretes... Pero la realidad se impone siempre, terca, ante cualquier ilusión o expectativa que nos hayamos creado frente algo, y, no digamos ya, si esas esperanzas están puestas en alguien; en ese caso, la decepción será proporcional a las ilusiones depositadas en esa determinada palabra, reacción o cualquier otra cosa que se espere.
No es bueno construir sobre humo, igual que no lo es hacerlo sobre ilusiones o expectativas irreales sobre trabajos, viajes, y, sobre todo, relaciones. Bien me ratifica esto último mi trabajo: ya son cientos las personas que han pasado por mi despacho relatándome la historia de lo que pudo haber sido y no fue, que en realidad es "lo que yo me esperaba y me decepcionó".
No es que esté en contra de las ilusiones; cualquier que me conozca sabe que soy única ilusionándome con proyectos y demás, pero sí he aprendido a tener esperanzas, incluso expectativas en algo, pero ya con los pies bien asentados en el suelo, viendo las posibilidades reales de realización del proyecto.
La realidad me ha dado unas cuantas bofetadas en la vida -y de aupa, por cierto- pero ahora se limita más bien a advertirme: "Yo que tú, no lo haría, forastera", y suelo hacerle caso porque es un buen freno antes de coger aire y empezar a construir castillos atmosféricos que siempre terminan por derrumbarse o diluirse en el éter, con la consiguiente caída al vacío de la ilusa moradora de semejante mansión.
Ella, la realidad, es aún más testaruda que yo y siempre, absolutamente siempre, termina por llevarse el gato al agua, y con él las esperanzas de más de uno que no había contado con ella en la ecuación de su futuro sin aparentes problemas.
"- Buenos días.
- Buenos días.
- Que soy Mariano.
- ...
- Sí. El de Villanueva la Torcía.
- ¿Y?
- Que me ha dicho el cura que la llame.
- ¿Y?
- Pá que me dé la nulidá."
Sin palabras. Por una vez en mi vida, me he quedado sin palabras. Por más que he intentado explicarle de qué va el tema, me he dado de cabezazos contra un muro como el de Berlín. Y es que cada día me encuentro con algo que provoca el mayor de los asombros ante las capacidades del ser humano, incluida la dureza craneana.
Todos los días la realidad que me encuentro me hace caer en la irrefutable irrepetibilidad del ser humano, de cada una de sus circunstancias. Somos completa y absolutamente distintos por dentro y por fuera, en planteamientos, creencias, apetencias, dimes y diretes... Pero la realidad se impone siempre, terca, ante cualquier ilusión o expectativa que nos hayamos creado frente algo, y, no digamos ya, si esas esperanzas están puestas en alguien; en ese caso, la decepción será proporcional a las ilusiones depositadas en esa determinada palabra, reacción o cualquier otra cosa que se espere.
No es bueno construir sobre humo, igual que no lo es hacerlo sobre ilusiones o expectativas irreales sobre trabajos, viajes, y, sobre todo, relaciones. Bien me ratifica esto último mi trabajo: ya son cientos las personas que han pasado por mi despacho relatándome la historia de lo que pudo haber sido y no fue, que en realidad es "lo que yo me esperaba y me decepcionó".
No es que esté en contra de las ilusiones; cualquier que me conozca sabe que soy única ilusionándome con proyectos y demás, pero sí he aprendido a tener esperanzas, incluso expectativas en algo, pero ya con los pies bien asentados en el suelo, viendo las posibilidades reales de realización del proyecto.
La realidad me ha dado unas cuantas bofetadas en la vida -y de aupa, por cierto- pero ahora se limita más bien a advertirme: "Yo que tú, no lo haría, forastera", y suelo hacerle caso porque es un buen freno antes de coger aire y empezar a construir castillos atmosféricos que siempre terminan por derrumbarse o diluirse en el éter, con la consiguiente caída al vacío de la ilusa moradora de semejante mansión.
Ella, la realidad, es aún más testaruda que yo y siempre, absolutamente siempre, termina por llevarse el gato al agua, y con él las esperanzas de más de uno que no había contado con ella en la ecuación de su futuro sin aparentes problemas.
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