Tal como éramos

Llena mi espacio Acker Bilk con su clarinete, recordándome the way we were. ¿Cómo éramos entonces? ¿Cómo somos ahora? ¿Tanta diferencia hay entre aquel tiempo y ahora? Preguntas que surgen espontáneas, sin respuestas rápidas porque no son posibles ni fáciles de encontrar.
Respuestas que llenan de nostalgia, de recuerdos, de pretéritos, de escenas envueltas en niebla de pasado... ¡tantas cosas pueblan mi mente en esta hora! ¡tantas y tan importantes casi todas!
Porque cada momento que se vive es único, irrepetible... y pasado. Cada instante nuevo indica que otro ha pasado y ha dejado su huella, más o menos grande, más o menos importante, más o menos grata o dolorosa...
The way we were, es la manera en que éramos, tiempo ha, no digamos cuánto, pero son aquellas cosas que nos llenaron tantos momentos y que recordamos con una sonrisa agridulce en el rostro.
Tantos momentos que quizá quedaron inmortalizados en papel, en formato digital y modernísimo, y de forma indeleble en mi alma, en mi corazón: encuentros, conocimiento de personas que en principio parecían no ser nada serio y que luego han resultado esenciales para mi crecimiento personal y espiritual, para ayudarme a ser mejor persona y llegar a convertirme en quien soy ahora mismo, y a las que ni en un millón de vidas podré agradecer su amor desinteresado por mí.
Precisamente no hace ni una semana comentaba con mi mejor amigo, según él iba contando su trayectoria vital y haciendo hincapié en un momento que para él no fue grato porque le privó de disfrutar de algo que le costó mucho tiempo, esfuerzo y dedicación, que precisamente por esa contrariedad que sufrió y que supuso un traslado repentino, fue por la que nos conocimos él y yo. Posiblemente, de haberse negado en aquel día concreto, nuestra hermosa amistad no habría surgido fruto de ese acontecimiento (después, seguro que nos habríamos conocido, porque no me podía privar Dios de tan gran hermano del alma, ¡segurísimo!). Y, con una sonrisa, me apostilló: "¡pues eso es verdad!". ¡Y tan verdad!
Esos momentos tan trascendentes no pasan nunca por casualidad. Ya he dicho en alguna ocasión que "casualidad" es la firma que pone Dios cuando no quiere que se sepa que ha sido Él. Trascendentes ahora, porque, como buenos mortales y epimeteos leales, leemos hacia atrás y atamos cabos, como se suele decir.
Momentos que entretejen nuestras vidas, las de unos con otros. Sería un buen ejercicio ahora, sí, ahora mismo, ¿qué mejor momento? ¿Por qué tú, que estás leyendo esto, no te pones a hacer memoria de los momentos más importantes de tu vida y le das gracias a Dios porque de cada uno salió una buena consecuencia?
De bien nacidos es ser agradecidos, así que deberíamos dar gracias por ese pasado que nos ha traído hasta aquí, ese larguísimo viaje en busca de esa Ítaca, que no sabemos dónde ni cuándo llegará. Esa Ítaca que nos proporciona este hermoso viaje que se llama vida, que nos brinda la posibilidad de conocer a tantos y tantos compañeros de viaje que, como en el poema de Homero, suelen salir de nuestras vidas de diversas formas, aunque siempre hay alguno que se queda con nosotros para ayudarnos con los cíclopes, sirenas, lestrigones y demás bestezuelas que pueblan ese intrincado mundo en el que nos movemos.
The way we were was past, only past. Ahora estamos aquí y damos gracias a Dios por tan valioso momento: el hoy, que es lo que de verdad vivimos.

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