Ecos

Es lo que queda después de la celebración: ecos de risas, de charlas, de elogios de la cena en común y de la bebida compartida entre todos. Ecos que traen a la memoria grandes recuerdos de todos colores, olores, modos y maneras. Ecos que provocan la sonrisa casi permanente en la cara, sonrisa que se prolonga durante horas, a lo largo de casi todo el día, y en días sucesivos serán destellos de risa mezclados ya con nostalgia, según vaya pasando el tiempo.
Día irrepetible -como lo son todos por otra parte- por la celebración propia, porque cuando el corazón se empeña en que las cosas salgan bien, siempre salen mejor aún de lo que se hubiera planeado. Corazones que ríen juntos, que comparten sueños, planes para futuras reuniones y con un latido en común, fruto de ese encuentro "casual" que provocó nuestra mutua amistad.
Ecos, nostalgias, memorias, pero ni una pizca de tristeza o de ese sentimiento dulzón y casi empalagoso que lleva a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ya sabéis que yo no creo que esa afirmación sea cierta en absoluto. Eso me recuerda a la ninfa Eco, la que da nombre al fenómeno en sí, que murió de melancolía y se fue desvaneciendo en el aire hasta que sólo quedó su voz. Nada de tristezas ni similares, sino todo lo contrario.
Cuando ya ha pasado todo, las cosas han vuelto a su sitio, se ha limpiado el escenario de la fiesta y parece que no ha ocurrido nada, entra en juego la memoria -la mía es tremenda para eso- y es ella la que se encarga de guardar cada recuerdo, cada detalle vivido, en el compartimento correspondiente. El resultado es que la mochila se puebla de nuevos recuerdos, todos ellos buenos, y que el lazo que ya existía entre nosotros se robustece, crece el grado de amistad y de confianza entre nosotros.
Anoche ya estábamos maquinando la próxima, antes de que el sensato del grupo dijera la hora que era y que ya iba siendo el momento de que cada uno se retirara a su casa. Porque hemos aprendido una cosa de la vida y es que pasa volando, que cada uno construye su historia con los momentos que vive en compañía, más que con la soledad. Hemos aprendido a vivir el momento, pero sin excesos ni estridencias; cada instante compartido entre nosotros es único e irrepetible y por eso hacemos lo posible por frecuentarnos y frecuentarlos, por saborearlos cuando tienen lugar.
La vida es un regalo tan hermoso que debemos aprender a disfrutarla. Además, los cristianos somos amantes de la vida, porque somos conscientes de que hemos sido hechos para ser felices, porque sabemos que nuestro Padre Dios nos ama infinitamente, que siempre está a nuestro lado y que nos ayuda a entender lo que nos pasa, a interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor y a nosotros, y a sacar siempre bien del mal que podamos sufrir.
Ayer fue un día irrepetible para mí desde que amanecí hasta que me fui a dormir (aunque ya era hoy, que el trasnoche fue de traca) y doy gracias a Dios por semejante regalo de cumpleaños. Precisamente ayer, no había planeado nada extraordinario para la cena, solamente dejé volar la imaginación y un plato humilde y corriente causó sensación, igual que el resto de preparaciones de un picoteo de vigilia que pasará a la historia de Benditas cenas.
Que Dios os bendiga siempre, amigos. Os quiero con todo mi corazón.

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