28 años

Esos son los que llevo conociendo a unos hombres que son, cuanto menos, especiales. Hoy es Jueves Santo y 13 de abril; la primavera ha explotado -y de qué manera- y en mi calle se mezclan los colores que ha dejado la cera de los cirios penitenciales con los aromas de incienso y de azahar. Jueves Santo, Día del Amor fraterno y también el día en que recordamos y vivimos la institución por Cristo de dos Sacramentos esenciales: la Eucaristía y el Sacerdocio.
De aquel "haced esto en memoria mía" ha venido como consecuencia la entrega desinteresada y total de muchísimos hombres para hacer presente el cielo en la tierra; gracias a ellos y a su "fiat" a Dios, los cristianos podemos degustar al propio Cristo en apariencia de pan y de vino, podemos hacernos uno con Él durante unos minutos cada día. Por eso hemos de dar muchas gracias a Dios.
Hace todos esos años que empecé a trabajar con ellos y también a conocerlos un poco mejor cada día. Como en todas partes, cada persona es distinta y tiene su propio carácter, su temperamento particular. Los sacerdotes no se libran de eso -al fin y al cabo son humanos- y por eso es habitual que donde hay ya mucha confianza surjan roces y también, porque todo hay que decirlo tal y como es, grandes amistades y mucho cariño. No sólo son "compañeros de trabajo", porque ellos en sí mismos son especiales; la llamada del Señor se les nota y cuando se acercan, aunque sea para saludar, se les ve ese "toque divino" (gracia de estado, me dijo un buen amigo que se llama) que les hace mirar con una ternura especial, lo que es mirar con los ojos de Cristo, con el que se hacen uno cuando celebran la Eucaristía. Y es que son unos privilegiados, siempre lo he dicho, porque cuando ellos están en el altar e invocan al Espíritu Santo sobre el pan y el vino, Cristo viene ahí y se queda. ¡Cristo les hace caso en cuanto lo llaman! Y, además, le tienen en sus manos, y se les nota en la cara cuando esto ocurre. Ellos deben dar gracias a Dios por ese milagro diario, que a veces tienen que celebrar varias veces porque son pocos (hay que pedir al Señor insistentemente que nos envíe vocaciones y que los elegidos acepten esa llamada), pero nosotros debemos dar aún más gracias a Dios porque ellos continúan fieles a su ministerio, a su vocación, a ese "sí quiero" que hace tiempo dieron al Señor.
El martes, durante la Misa Crismal, en la Catedral, sobrecogía oír a muchísimos sacerdotes renovar sus promesas sacerdotales, un "¡sí, quiero!" casi marcial que hizo resonar las bóvedas de mi preciosa y bendita Catedral.
28 años ya, trabajando casi codo con codo con ellos, ayudándoles en lo que necesiten y facilitándoles lo que les hace falta, o atendiendo a personas atribuladas que envían a mi despacho. 28 años conociendo el don de Dios que es el Sacerdocio para todos los que les necesitamos para reconciliarnos con Dios y con los hombres, qué gran regalo el Sacramento del Perdón, la prueba palpable y real de la misericordia del Señor y qué gran desconocido para muchos, con mala fama, cuando es uno de los mayores dones de la Iglesia.
28 años, y ojalá el Señor me conceda muchos más para seguir dando gracias y rezando por los sacerdotes. Gracias por vuestro "Sí" al Señor. Que Dios os bendiga siempre.

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