Dolor

Se podría decir que estoy "acostumbrada" a tenerlo cerca, a trabajar codo con codo con él; es el sentimiento más habitual que se palpa en mi despacho. En mayor o menor medida, todos los que llegan hasta mí traen su buena dosis de dolor: añejo, de muchos años de maceración en el alma, ése que deja un regusto especialmente fuerte cuando suena, cuando se hace palabras; otras veces no es tan antiguo, sólo viejo, aunque no por eso es menos amargo al convertirse en sonido; hay uno que no por más reciente es menos agudo, es una clase de muy difícil trato porque sale demasiado rápido, con palabras no siempre bien elegidas y siempre dañinas. Es el dolor no digerido aún, no asimilado por un alma que todavía lo niega. En estas ocasiones siempre doy el mismo consejo: esperar a que pase lo peor y, cuando ya tenga poso, entonces intentar sacarlo de la barrica, a ver si así es más asentado y puede que menos venenoso.
Pero, como decía el refrán, a todo hay quien gane y hace muy pocos días me topé con uno de los peores (por ahora el peor de todos, pero la ley de Murphy se cumple de modo inexorable): uno enquistado en el alma, horrible, que con su mezcla de remordimientos y sentimientos de culpa empujó a una persona buena a una huida hacia adelante. Como siempre sucede en estos casos, la "solución" no fue tal, sino un problema aún mayor y de peor salida, puesto que implicó meter a personas inocentes en el monumental desastre. Así, tras bastantes años de aguantar lo inexplicable, indecible y casi lo imposible, llegó hasta mí, recomendada por un amigo común.
Vino hace ya tiempo, pero hace poco ha tenido que remover todo lo que había en aquella tinaja de veneno para extraer una muestra de lo que ha sido su vida. Ya vino mal, pero no pensaba que todo sería aún peor cuando destapara la caja de Pandora: todos los males habidos y por haber salieron como un ciclón y se expandieron por toda su alma, atormentándola hasta lo indecible. Hubo hechos que no quiso contar y, en mi opinión, son los que más le atormentaban. Hasta tal punto, que una llamada de socorro llegó a mi teléfono, desgarradora, terrible como ninguna hasta ahora, pidiéndome, por favor, que le quitara el dolor que sentía, que no podía soportarlo más, que se quería morir...
Silencio absoluto en mi corazón y una mirada de mi alma a la única que me podía ayudar en ese instante: la Virgen María. Sólo le dije: "¡Ayúdame!". Y allí que estuvo Ella, como siempre, dándome calma y ayudándome a aplicar los primeros auxilios, a atajar lo que estaba ocurriendo, y que la cosa no fuera a más. Gracias a Dios y a María, se serenaron las aguas y yo encontré un ángel de la guarda para ayudar de verdad a esta persona.
Dolor, sí, y del peor que he visto. pero ha servido para demostrarme, una vez más, que con Dios y con la Santísima Virgen de nuestro lado podemos con él. Dolor para sacar amor, oración para alcanzar ayuda y merced.

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