Milagros diarios

¡Y a miles! Cada día los vivimos, los respiramos, los vivimos, los vemos, y no nos enteramos, no nos percatamos del milagro que supone cada instante de nuestra vida, tantas cosas buenas que nos ocurren y que nos pasan increíblemente desapercibidas. Un "buenos días" mezclado con sonrisa de alguien con quien nos cruzamos por la calle; esa alegría que vemos en los ojos de algún compañero de trabajo al cruzarnos en un pasillo, ese "siempre es un placer verte" que te sueltan así, sin anestesia, cuando menos te lo esperas y que te atraviesa de parte a parte tu ser entero... ¡tantas cosas!
Hoy, sin ir más lejos, el mayor milagro de todos ha sido al poco tiempo de iniciar mi trabajo, en torno a las nueve y pico de la mañana, cuando he encaminado mis pasos hacia el ambón para proclamar la Palabra de Dios en Misa y me he encontrado, de bruces, con Él, declarándome su amor perpetuo por mí, conmigo, contra mí y a pesar de mí, siempre de los siempres, enamorado de mí, fiel a mí, esperándome a ver si le dedico aunque sea una sonrisa...ese texto del profeta Isaías, largo, hermoso, profundo, emocionante hasta las lágrimas que termina con una declaración de amor: esto te dice Yahveh, que te ama... ¡Increíble momento! Sólo por esos minutos vale la pena todo lo que me ha ocurrido después en el trabajo, líos, papeles, gente que no se entera de lo que tiene que hacer, llamadas al orden, papeles que se traspapelan... un millón de cosas que podían haber sido un desastre, pero que no lo han sido gracias a Él, a que él siempre está conmigo, encargándose de que no se me pierdan las dos neuronas que aún conectan y me funcionan.
Y, si eso fue sólo al empezar la mañana, la hora de la comida ha sido ya de traca. Primera vez que quedo con una gran mujer a la que conocí a través de mi trabajo, hecha un lío, casi un mar de lágrimas, y resulta que tenemos en común muchísimas más cosas de las que nos pensamos. Un día, hace meses, dijimos que cualquier día podíamos quedar para comer y, mira tú por dónde, me llamó ayer para comer hoy. ¡Bien!, pensé, porque mañana -por hoy- va a ser un día de los de salir dando gritos del despacho.
Ciertamente, no me equivoqué en el pronóstico, porque ha sido de volverse locos entre teléfono, gente viniendo, líos con jueces, abogados, testigos, partes... ¡vamos, para salir corriendo! Pero la perspectiva de comer con esta mujer me disipaba muchos malos rollos, tenía interés en compartir mesa y mantel con ella.
¡Y vaya que ha merecido la pena! Otra gran persona que Dios ha puesto en mi camino y él sabrá para qué y hasta cuándo, porque ha sido un verdadero hallazgo. Hemos estado en mi sitio de culto, un precioso, coqueto y pequeño restaurante cerca de casa en el que hemos degustado una excelente cocina, incluso con privilegios degustativos y la agradable compañía de Paco Piedra, el magnífico chef y dueño del local.
Un par de horas de risas, de confidencias, de puntos en común, de inquietudes, planes de futuro y muchas miradas cómplices que creo que ninguna nos esperábamos, pero que ahí estaban.
Un día para enmarcar, en estas vísperas de la Navidad en que el Señor está especialmente atento conmigo, regalándome sin parar. Días de preparativos, de alegría sin límites, de gozo expectante ante la venida de Jesús a nuestra vida, de recordar que "el-que-no-cabe-en-el-universo" se hizo niño y tomó nuestra carne, pasando por uno de tantos.
Días de preparativos, cuando ya huele a alfajor recién hecho, a wellington en ciernes, a amistades profundas y grandes, a cariño sin límite entre los amigos que bien se quieren.
Milagros diarios que nos suceden y de los que, quizá, sería bueno que fuéramos conscientes de que nos ocurren sin que lo busquemos y, menos aún, sin que lo merezcamos, porque que son pura gracia de Dios.

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