La pregunta

Me acaban de hacer una pregunta que me ha dejado cavilando... ¿qué ha supuesto la Navidad para ti? ¿La Navidad en general o esta concreta de 2016? No sé qué responder así, sin pensar.
Esta concreta que aún estoy viviendo -y que se está colando como arena en mis manos, ¡ya es casi jueves!- me está enseñando muchas cosas, pero una en especial: el valor de la familia, sí. La familia por encima de todo: ese conjunto de personas que formamos y conformamos nuestro lugar seguro, el refugio de nuestros problemas y la causa de enfados más común en toda la humanidad porque, si el roce hace el cariño, también hace que salten chispas.
La Navidad es la fiesta de la familia en su fondo y en su forma. La manera que Dios tuvo de demostrarnos la importancia de la familia fue nacer en una, criarse y recibir la educación de unos padres, aprender a obedecer desde niño (no olvidemos que en el evangelio se relata cómo María le regañó cuando se quedó en el templo tres días sin que ella y José lo supieran). Padre y madre son ese referente necesario e imprescindible para cualquier niño, para que crezca sano y para que aprenda el valor del amor sin condiciones, de la amistad y también, todo hay que decirlo, a ser responsable de sus actos, a través de las pequeñas tareas que le van encargando y que, al mismo tiempo, le van ayudando a ser independiente y autónomo.
Dios no quiso perderse la grandeza de vivir en una familia, con sus ratos buenos de risas, juegos, compartir lo vivido  con los amigos o en el taller, si había hablado con fulano o si había hecho nuevos amigos. ¿Cómo sería ese Jesús niño que no aparece en el Evangelio? Esa es la gran vivencia de María y también de José: haberle cuidado día tras día, haberse reído con él, haber compartido también su llanto por cualquier caída o contratiempo de niño; cómo aprendería a leer, a rezar con ellos, cómo asistiría a la sinagoga con su padre y atendería a las explicaciones de los rabinos de su pueblo.
La Navidad nos recuerda que es posible vivir en armonía aunque sea por unos días, a pesar de esos parientes pesados que tenemos y que tememos como a un nublado: pero también ellos forman parte de la familia, porque la misma vida está llena de tiempos y de contratiempos, de cosas que nos gustan y otras que no. Creo que ahí está la chispa de la vida, en saber conjugar una y otra cosa, en compensar esos momentos.
¿Qué ha supuesto para mí la Navidad? Ser un poco más consciente de la hermosa familia que tengo, de que nos queremos tal y como somos. Si volviera a nacer, me gustaría que fuera en la misma porque ahora, a mis añazos, me doy cuenta de que he llegado a donde estoy gracias a ellos, a su educación, a ese afán por aprender que desde niña me inculcó mi padre, a la dulzura que me enseñó mi madre a poner en cada tarea de la casa, a pensar siempre en quién iba a venir a comer, para hacer lo que le gusta, para preparar con mimo la mesa o la habitación para que quien nos visitara se sintiera cómodo y en casa. La Navidad supone un reafirmarme en mi familia de aquí y en mi familia del cielo, en sentirme hija de Dios de un modo especial, será por la ternura que inspira mirar al Niño en el belén de mi casa, tan pequeño e indefenso (todo un Dios hecho bebé).
La Navidad, ese tiempo en que el cielo baja a la tierra para dar gloria a Dios y Paz de la buena a los hombres a los que Dios ama sin medida.

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