El selfie

Se olvidó. Al final no nos hicimos un selfie para sustituir nuestra foto de perfil en whatsapp. La noche se enredó entre risas, ocurrencias e interrogatorios acerca de lo que llevaba aquel extraño brebaje que a todos sedujo.
Un año más, se reunió el grupo, con una nueva incorporación que rápidamente fue integrada y absorbida por todos, llegando a cambiarle el nombre para que fuera uno más entre todos. Como siempre, el gourmet oficial nos sorprendió a todos con exotismos y exquisiteces que nos llegaron a todos especialmente al corazón. ¡Genio y figura, querido Pedro! ¡Genio y figura!
Una mesa preparada con todo el cariño del mundo para una cena que este año se resistía a poner las cosas fáciles, pero que al final claudicó ante la verdadera amistad y hermandad entre quienes se quieren desde hace años. Nadie ni nada puede contra el amor de verdad, contra la amistad sin reservas ni tapujos; las únicas reservas que se permiten son las de los vinos, ¡y qué vinos! ¿verdad, pater?
Las chicas, muy en su papel, estuvimos al quite para preparar viandas, entrantes, salientes, principales y adyacentes, postres y sublimes brebajes imposibles de descifrar; elegantes, muy nuestras y disfrutando como hacía tiempo y como nos hacía mucha falta a todas, ya que la vida lleva dándonos golpes hace mucho tiempo. Pero lo llevamos estupendamente y estamos a punto de terminar un máster en extinción de incendios familiares y laborales, que ni en la Universidad de Harvard.
Los chicos, también muy en lo suyo, expertos en caldos, aperitivos imposibles y en disfrutar sin límite de una comida preparada con esmero y con todo el cariño del mundo. Y nuestro nuevo componente, ejerciendo de pinche excepcional para el gourmet.
Y pasó el tiempo, que se hizo corto, muy corto, "¡que mañana hay que trabajar!", dijo una de las sensatas, "¿Trabajar? Carpe Diem!", le contestaron muy acertadamente y es lo que hicimos todos: aprovechar el minuto, el segundo en la mejor de las compañías posibles. Esta de anoche fue nuestra verdadera cena de Navidad, porque de eso se trataba, de celebrar el nacimiento del Amor en la tierra, de dar gracias porque, un año más, estamos todos juntos, porque nos queremos más aún que el año anterior y porque, gracias a Dios, ya empezamos a planear la próxima que -si Dios quiere- será antes. Se lo pediré de corazón a los Reyes Magos: que la próxima sea pronto y no haya que esperar todo un año para reunirnos los ocho corazones latiendo al mismo compás, el del cariño mutuo y el de la historia vivida y convivida.
¿Y el selfie? Ni acordarnos. Pero tampoco es tan importante; lo pensaba yo esta mañana y caía en la cuenta de que nos hemos llevado el mejor selfie de todos en el recuerdo, porque hoy, desde el minuto uno de nuestro despertar en este 23 de diciembre, estoy segura de que todos y cada uno esbozaremos más de una sonrisa al recordar alguna anécdota de la noche, o al ver alguno de los recuerdos que todos nos llevamos, o al degustar alguno de los regalos recibidos.
El selfie del corazón, donde cabemos todos sin hacer equilibrios imposibles para no salirnos del recuadro del objetivo de la cámara, es el que más vale, el que siempre perdurará y el que hará que me responda alguno un "¿lo dudas?" cuando le pregunte si va a venir a la próxima cena.
Benditos seais siempre, benditos seamos todos y que el Señor siempre esté presente en nuestras benditas cenas, cañas, almuerzos, o en cualquier reunión en la que estemos.
Ah, y Feliz Navidad para todos y cada uno de vosotros.

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