El camino de la alegría
Ya ha llegado el día. En unas horas comenzaremos a caminar hacia la Alegría, hacia ese día en que celebramos que un Rey se hizo niño y carne y hueso y risa y llanto y uno como nosotros. Ese día en que Dios se abajó todo lo que podía abajarse y comenzó su andadura en la tierra como un niño más, en las entrañas de María, la siempreVirgen, su Madre.
Empezamos esas cuatro semanas de preparación para ese gran día, para esa gran Noche Buena que, como la de la Vigilia Pascual, también tiene un pregón propio que es una auténtica maravilla. Cuatro semanas para que seamos capaces de hacerle sitio en nuestro corazón, para que revisemos ese desván del alma y tiremos a la basura muchas cosas que en realidad nos sobran y dejemos la casa limpia para lo que de verdad importa, que Cristo pueda habitar en nosotros, que se encuentre tan a gusto en nuestras vidas que se quede para todos los siempres.
Tiempo de preparación que algunos dejan sólo en la superficie de compras, cenas y regalos; tiempo de preparación para profundizar en lo que no se puede comprar, en el alimento que perdura para siempre y en el mayor de los regalos: Cristo hecho hombre para entregarse por nosotros.
El Adviento comienza esta misma tarde y ya me está entrando el nervio; si el otoño es mi estación favorita, el Adviento es mi tiempo preferido, porque es tiempo de espera alegre y activa, de preparativos como los haría la Santísima Virgen, expectante por ver la cara de su hijo, como cualquier madre joven espera... pero sabiendo quién era su Hijo en realidad. Hay una preciosa canción que canta el grupo Pentatonix, "Mary, did you know?", (María, ¿sabías que...?), en ella hace una serie de preguntas dirigidas a hacernos caer en la cuenta de la grandeza del misterio de la Encarnación y de esa vida oculta de Jesús en la tierra. "¿Sabías que cuando besabas a tu bebé, besabas la cara de Dios?", esta es una de las preguntas que nos hacen caer en la cuenta del Misterio. Porque la venida de Jesús no deja de ser un misterio, como todo lo que rodea a nuestra historia de salvación. Sería bueno pararse a pensar en ello y sacar consecuencias para nuestra vida.
Tiempo de Adviento y tiempo de Isaías, de saborear esa profecía del Emmanuel que es pura poesía y hacerla nuestra oración en estos días previos a la Navidad. "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande..." ¡Y tan grande! El problema es la contaminación lumínica que hay en nuestras vidas, desde hace semanas ya están puestas las luces de Navidad en las calles, los anuncios de perfumes, juguetes y supermercados para preparar una opípara y "barata" cena nos persiguen por todos lados y eso nos encandila como una simple bombilla a una polilla nocturna, nos concentra tanto la atención en los oropeles y brillos vacíos que perdemos de vista lo esencial, lo que es mayor y mejor: celebrar que Jesús quiso nacer en nuestra tierra y quiso hacerlo en una familia. No hay mayor regalo que tener una familia que nos acoja y nos quiera, y Él no quiso perderse esa alegría.
Empezamos el Adviento; tenemos por delante cuatro semanas para, sin dejar de lado la atención al pan nuestro de cada día, centrarnos un poquito más en preparar nuestro pesebre interior para que Jesús quiera instalarse en él.
Empezamos esas cuatro semanas de preparación para ese gran día, para esa gran Noche Buena que, como la de la Vigilia Pascual, también tiene un pregón propio que es una auténtica maravilla. Cuatro semanas para que seamos capaces de hacerle sitio en nuestro corazón, para que revisemos ese desván del alma y tiremos a la basura muchas cosas que en realidad nos sobran y dejemos la casa limpia para lo que de verdad importa, que Cristo pueda habitar en nosotros, que se encuentre tan a gusto en nuestras vidas que se quede para todos los siempres.
Tiempo de preparación que algunos dejan sólo en la superficie de compras, cenas y regalos; tiempo de preparación para profundizar en lo que no se puede comprar, en el alimento que perdura para siempre y en el mayor de los regalos: Cristo hecho hombre para entregarse por nosotros.
El Adviento comienza esta misma tarde y ya me está entrando el nervio; si el otoño es mi estación favorita, el Adviento es mi tiempo preferido, porque es tiempo de espera alegre y activa, de preparativos como los haría la Santísima Virgen, expectante por ver la cara de su hijo, como cualquier madre joven espera... pero sabiendo quién era su Hijo en realidad. Hay una preciosa canción que canta el grupo Pentatonix, "Mary, did you know?", (María, ¿sabías que...?), en ella hace una serie de preguntas dirigidas a hacernos caer en la cuenta de la grandeza del misterio de la Encarnación y de esa vida oculta de Jesús en la tierra. "¿Sabías que cuando besabas a tu bebé, besabas la cara de Dios?", esta es una de las preguntas que nos hacen caer en la cuenta del Misterio. Porque la venida de Jesús no deja de ser un misterio, como todo lo que rodea a nuestra historia de salvación. Sería bueno pararse a pensar en ello y sacar consecuencias para nuestra vida.
Tiempo de Adviento y tiempo de Isaías, de saborear esa profecía del Emmanuel que es pura poesía y hacerla nuestra oración en estos días previos a la Navidad. "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande..." ¡Y tan grande! El problema es la contaminación lumínica que hay en nuestras vidas, desde hace semanas ya están puestas las luces de Navidad en las calles, los anuncios de perfumes, juguetes y supermercados para preparar una opípara y "barata" cena nos persiguen por todos lados y eso nos encandila como una simple bombilla a una polilla nocturna, nos concentra tanto la atención en los oropeles y brillos vacíos que perdemos de vista lo esencial, lo que es mayor y mejor: celebrar que Jesús quiso nacer en nuestra tierra y quiso hacerlo en una familia. No hay mayor regalo que tener una familia que nos acoja y nos quiera, y Él no quiso perderse esa alegría.
Empezamos el Adviento; tenemos por delante cuatro semanas para, sin dejar de lado la atención al pan nuestro de cada día, centrarnos un poquito más en preparar nuestro pesebre interior para que Jesús quiera instalarse en él.
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