En el ruido y en el silencio

Una de mis canciones favoritas, "Night and day", tiene una frase que hoy me ha llegado más que otras veces. Dice así: "en el rugiente estruendo del tráfico y en el silencio de mi solitaria habitación, día y noche eres la única". Como declaración de amor hay que reconocer que es preciosa, como ocurre siempre con este tipo de canciones que, unidas a una melodía realmente única, hacen de ellas la maravilla que son.
Canciones de amor "profano" que saben a divino, porque también hay canciones de amor, de las que oímos en la radio o de esas que nos ponen la piel de gallina que también son un eco del amor divino. No hay que olvidar que el amor humano es reflejo del que Dios siente y demuestra por nosotros, sus hijos y, siendo eso cierto, no me hago idea de lo que será poder pasar toda la eternidad sumergida en un amor de tal calibre y calidad...
"Night and day you are the one", the only one, añado. No hay nadie que nos pueda querer tanto ni mejor que él. Hoy en día los que nos llamamos cristianos -nos incluiremos todos en el lote y que se salve el que esté libre de pecado- tenemos un gran defecto: una cara de dolor crónico de estómago que tira de espaldas y ahuyenta a cualquiera que se nos quiera acercar. Si no, hagamos recuento de rasgos característicos: ceño fruncido, boca apretada, mandíbulas encajadas, casi empotradas una en la otra en algunos casos y, en los casos ya críticos, unos gruñidos como respuesta a cualquier saludo o expresión alegre recibida de un "contrario".
Ciertamente, lo de la alegría parece que no va con nosotros, cuando debe ser todo lo contrario: todo lo que tenemos es pura gracia, regalo, merced de Dios hacia nosotros porque sí, porque le da la real gana, porque nos ama perdidamente y me da que ya no sabe el pobre cómo demostrárnoslo, después de todo lo que ha hecho y sigue haciendo por nosotros.
La vida que tenemos, la familia que nos quiere, nuestro esposo o nuestra esposa, los hijos, el trabajo, cada amanecer que vemos de camino al trabajo es un auténtico regalo suyo. Recuerdo particularmente hace unas pocas semanas, subiendo hacia mi lugar de trabajo, un verdadero espectáculo para la vista: una súper luna blanca, redonda, enorme, brillante como no recuerdo haberla visto antes, sobre un fondo azul marino, profundo, oscuro, que me daba la bienvenida al entrar en la Carrera, como un foco encendido justo enfrente de mi bellísima Catedral -"La Señora", la llamo-. Una postal irrepetible y que disfruté durante todo el trayecto de esa larga calle, dando gracias a Dios por ese regalo que me estaba haciendo tan feliz cuando no eran ni las ocho de la mañana.
Deberían vender en algún sitio gafas para corregirnos la miopía que nos impide ver todas las maravillas de cada día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.
El solo hecho de reconocernos hijos de Dios, saber que él cuida de nosotros y de lo que nos importa, ya debería alegrarnos y, si nos ponemos a hablar ya de la Eucaristía, de ese cielo en la tierra, de esa posibilidad de ser durante unos minutos sagrarios vivos con Cristo dentro de nosotros, debería ser, como decía S. Juan Mª Vianney, para morirnos de gozo.
Que Dios  me conceda siempre el poder ser consciente de todos los milagros que me regala cada día, y uno de ellos es, por ejemplo, el poder escribir tal y como lo estoy haciendo ahora.

Comentarios

Entradas populares