Tarde tranquila
Cosa extraña... es la primera tarde en muchas en la que estoy en casa, sentada tranquilamente, oyendo música y en la que se respira paz, no hay estrés de lo que toca mañana. Me ha dado tiempo, hoy, a hacer muchas cosas que en teoría iba a hacer mañana, e incluso me ha sobrado, hasta el punto de poderme echar en el sofá para releer un libro que me regaló mi queridísimo amigo del alma hace justo dos años, y en el que, además, escribió una preciosa dedicatoria.
Es un libro sobre Santa Teresa de Jesús y lo ha escrito Montserrat Izquierdo, filóloga como yo. Se titula "Teresa de Jesús. Con los pies descalzos" y lo recomiendo a quien quiera conocer de la vida y el alma de la santa andariega a través de sus escritos. Es una auténtica maravilla escrita sobre una enorme mujer, por otra mujer. Ya me gustó cuando lo leí la primera vez, pero ahora me gusta aún más.
La vida de esta santa es de las que te dejan pensando (ningún santo puede dejarte tal cual, ya lo sé). Con todas las dificultades, adversidades y marginaciones que sufría la mujer en el s. XVI y va ella y la arma a base de bien... Su vida no fue fácil dentro y fuera del Carmelo; experimentó las dudas, las pérdidas de rumbo, el no saber bien qué era lo que Dios le pedía hasta aquel día en que cayó de bruces sobre un Ecce homo y se rindió ante el amor más grande que jamás ha podido demostrar nadie por el hombre: el de Dios. Caer en la cuenta de que Dios nos quiere por nosotros mismos lleva, irremediablemente, a caer de bruces, a llorar amargamente todas nuestras maldades y nuestras continuas infidelidades a él. ¡Cómo se puede despreciar tanto a quien sólo quiere nuestra felicidad!
Todos los que hemos vivido en nuestra carne un encuentro personal con ese Cristo llagado y hecho varón de dolores sólo y exclusivamente por nosotros; mejor dicho, después del encuentro con ese Cristo, en esas hechuras, anonadado (o sea, hecho la nada más absoluta él, que es Dios), sólo y exclusivamente para demostrarme que es verdad, que me quiere y que ha venido sólo para decírmelo y para ver si, con suerte y algo de mi parte, me doy cuenta y hasta soy capaz de corresponderle en lo que me es posible, ya que soy limitada, muy limitada. no tengo más remedio que caer rendida a sus pies y llorar, porque no hay palabras en ningún idioma del mundo para expresar lo que se siente en ese instante.
Después de vivir ese momento, único e irrepetible, la vida cambia, yo cambio, a la fuerza tengo que cambiar porque no puedo seguir de esa manera, no soy capaz ya de ir por el camino de antes. Necesito un rumbo nuevo, porque mi anterior camino no me llevaba a la Vida. El de ahora, sí; de repente, siempre es mediodía y el sol brilla como nunca, el corazón se me expande en el pecho y siento una necesidad irrefrenable de contar a todo el mundo lo que he experimentado, que he sentido, que siento y palpo el amor de Dios en mí. El efecto secundario está claro: la alegría y la paz interior. Una alegría rebosante, un brillo especial en los ojos, unas ganas de sonreír a todo el mundo, de abrazar y besar a los más cercanos, a los que veo cada día y que me preguntan, extrañados, qué me he tomado esa mañana porque no estoy como antes.
¡Que va! Jamás estaré como antes, porque este viaje no tiene vuelta atrás. Me he cogido de su mano, me aferro a su brazo como una novia enamorada y a donde Él vaya, iré yo, como decía el libro de Rut. No hay mano como la suya, no hay abrazo como el suyo, voz ni mirada que me llene más, que me empuje a remar cada vez más adentro. No voy a fundar conventos como Santa Teresa, no es lo mío, pero sí necesito contar a todo el mundo lo que vivo, lo que siento cada día cuando le tengo tan cerca y tan dentro...
Tarde tranquila, y por eso mi exabrupto literario, porque en la paz, en la tranquilidad, en el silencio es donde nos encontramos a solas, Él y yo, como dos novios, buscando momentos tranquilos y en soledad. En el silencio, donde mejor se canta el amor.
Es un libro sobre Santa Teresa de Jesús y lo ha escrito Montserrat Izquierdo, filóloga como yo. Se titula "Teresa de Jesús. Con los pies descalzos" y lo recomiendo a quien quiera conocer de la vida y el alma de la santa andariega a través de sus escritos. Es una auténtica maravilla escrita sobre una enorme mujer, por otra mujer. Ya me gustó cuando lo leí la primera vez, pero ahora me gusta aún más.
La vida de esta santa es de las que te dejan pensando (ningún santo puede dejarte tal cual, ya lo sé). Con todas las dificultades, adversidades y marginaciones que sufría la mujer en el s. XVI y va ella y la arma a base de bien... Su vida no fue fácil dentro y fuera del Carmelo; experimentó las dudas, las pérdidas de rumbo, el no saber bien qué era lo que Dios le pedía hasta aquel día en que cayó de bruces sobre un Ecce homo y se rindió ante el amor más grande que jamás ha podido demostrar nadie por el hombre: el de Dios. Caer en la cuenta de que Dios nos quiere por nosotros mismos lleva, irremediablemente, a caer de bruces, a llorar amargamente todas nuestras maldades y nuestras continuas infidelidades a él. ¡Cómo se puede despreciar tanto a quien sólo quiere nuestra felicidad!
Todos los que hemos vivido en nuestra carne un encuentro personal con ese Cristo llagado y hecho varón de dolores sólo y exclusivamente por nosotros; mejor dicho, después del encuentro con ese Cristo, en esas hechuras, anonadado (o sea, hecho la nada más absoluta él, que es Dios), sólo y exclusivamente para demostrarme que es verdad, que me quiere y que ha venido sólo para decírmelo y para ver si, con suerte y algo de mi parte, me doy cuenta y hasta soy capaz de corresponderle en lo que me es posible, ya que soy limitada, muy limitada. no tengo más remedio que caer rendida a sus pies y llorar, porque no hay palabras en ningún idioma del mundo para expresar lo que se siente en ese instante.
Después de vivir ese momento, único e irrepetible, la vida cambia, yo cambio, a la fuerza tengo que cambiar porque no puedo seguir de esa manera, no soy capaz ya de ir por el camino de antes. Necesito un rumbo nuevo, porque mi anterior camino no me llevaba a la Vida. El de ahora, sí; de repente, siempre es mediodía y el sol brilla como nunca, el corazón se me expande en el pecho y siento una necesidad irrefrenable de contar a todo el mundo lo que he experimentado, que he sentido, que siento y palpo el amor de Dios en mí. El efecto secundario está claro: la alegría y la paz interior. Una alegría rebosante, un brillo especial en los ojos, unas ganas de sonreír a todo el mundo, de abrazar y besar a los más cercanos, a los que veo cada día y que me preguntan, extrañados, qué me he tomado esa mañana porque no estoy como antes.
¡Que va! Jamás estaré como antes, porque este viaje no tiene vuelta atrás. Me he cogido de su mano, me aferro a su brazo como una novia enamorada y a donde Él vaya, iré yo, como decía el libro de Rut. No hay mano como la suya, no hay abrazo como el suyo, voz ni mirada que me llene más, que me empuje a remar cada vez más adentro. No voy a fundar conventos como Santa Teresa, no es lo mío, pero sí necesito contar a todo el mundo lo que vivo, lo que siento cada día cuando le tengo tan cerca y tan dentro...
Tarde tranquila, y por eso mi exabrupto literario, porque en la paz, en la tranquilidad, en el silencio es donde nos encontramos a solas, Él y yo, como dos novios, buscando momentos tranquilos y en soledad. En el silencio, donde mejor se canta el amor.
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