Memento Mater

Mañana, casi ya hoy, te recordaremos,
María, Madre dolorosa, en tu peor día,
cuando viste morir a tu Hijo,
a ése que sería signo de contradicción para muchos,
cuando esa espada anunciada te traspasó el pecho.
¡Cuánto me gustaría poder verte cara a cara!
Darte las gracias por aquel "sí" del principio,
por aquellos síes posteriores que hubiste de dar,
por aquella renuncia a disfrutar del Hijo
para que los demás pudieran conocerle, amarle y creer.
Aquel primer sí, que trajo también dolor al principio
pero que fue fuente de inefable gozo después.
Ponerme en tus zapatos, tarea imposible,
porque yo no sería capaz de soportar lo que tú,
ver y palpar que no creían a tu Hijo,
que se reían de él, que intentaron prenderlo,
apedrearlo, despeñarlo...
Sólo un alma especialmente preparada,
una mujer de verdadero temple,
escogida desde siempre por Dios,
podría hacer frente a semejante tarea.
Sólo una fe inquebrantable en Dios
pudo soportar aquel sí.
Luego, años después, en la cruz,
a los pies de la cruz, renovaste tu sí.
Envuelta en llanto y en dolor y en pena sin fin,
aun así, "Fiat!".
Cuando todos salieron corriendo y desesperaron,
tú, firme, impertérrita y en paz,
creíste, ¡y bienaventurada tú porque has creído!
Le viste la primera, estoy segura.
Y tu sí se encontró con el suyo:
el amor se encontró con el amor eterno,
perfecto e inconmensurable del Salvador.
Bienaventurada la que creyó sin fisuras,
la que amó sin límite,
la que se fió sin calcular pérdidas,
la que fue madre como ninguna,
su Madre,
mi Madre.
Felicidades, María.

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