La teoría de los huecos

El inicio de curso está siendo de lo más movidito para esta hermosa vida mía; estoy teniendo toda clase de experiencias, unas mejores que otras como, por otra parte, es normal que ocurra. Sin embargo, en todas ellas hay un denominador común: la presencia de Dios. En una u otra forma, se me hace presente a través de lo que veo o de lo que me pasa, y siempre me ofrece ese plus de ayuda que me hace falta para encajar un golpe o para ser consciente del milagro en zapatillas que me acaba de suceder.
Este fin de semana estoy teniendo de todo un poco, para que no me queje de aburrimiento. Una de las consecuencias de lo que llevo vivido en estos cuatro días del mes de septiembre es la reflexión; me estoy parando a pensar más que antes en lo que me pasa, le pido ayuda al Espíritu Santo para ver el sentido del puzzle que es mi día a día y la única forma que hay para poder mirar con perspectiva lo que me ocurre es detenerme. No hay otra, o al menos yo no la conozco.
Ayer, mientras estaba dando gracias a Dios por la inmensa lección que me dieron dos mujeres de los pies a la cabeza, recordé experiencias y las puse en común con una de ellas: por primera vez en muchísimo tiempo, empiezo a ser consciente de que dejo huella en los que me rodean. Jamás me había planteado que es una realidad a tener en cuenta a la hora, no sólo de hablar, sino sobre todo de actuar. Todas mis decisiones tienen consecuencias en mi entorno, todo lo que digo, también. Siempre he sido una persona que he pensado que pasaría por la vida de puntillas, sin hacer ruido, sin que se hubiera notado mi estancia en la tierra; nada más lejos de la realidad, según voy comprobando poco a poco, cuando me recuerdan mis amigos lo importante que soy para ellos (jamás pensé que pudiera ser tan importante para nadie, porque no soy nada más que una simple mujer y, además, bajita). Es un gran regalo del cielo el darme cuenta de eso, porque no sólo me hace sentirme importante para aquellos a quienes amo desde lo más hondo de mi corazón, sino que me sirve de acicate para querer ser cada día mejor de lo que soy, porque sé que el amor verdadero es, no sólo aceptar al otro tal como es, sino ayudarle y permitirle llegar a ser todo lo que sea capaz, todo lo lejos que pueda ir; que su retorno a Ítaca sea lo suficientemente largo como para que llegue a puerto con muchas experiencias y mucho aprendido.
Pero, al mismo tiempo,  esta reflexión sobre mi papel en la vida de los demás me lleva a "la teoría de los huecos", elaborada y presentada por una de mis hermanas sin adn, que dice que las personas dejamos huecos en las vidas de los demás, huecos que son de difícil o fácil relleno cuando la persona que lo ocupaba deja este mundo. Este fin de semana se nos ha hecho un gran hueco porque se nos ha ido una enorme persona al cielo; ese hueco no podrá ser rellenado más que con la ayuda de Dios, que será quien ocupe ese vacío. La que fue esposa de este gran hombre me dijo: "No estoy triste; he compartido toda mi vida con él y esa ha sido la mayor alegría que he tenido. Estoy en paz, porque sólo puedo dar gracias a Dios por él."
Nada que comentar, sólo las lágrimas que afloraron a mis ojos cuando la escuché decirme esto. Pocas palabras pueden explicar mejor lo que es el matrimonio que éstas. Un gran hueco el que ha dejado un gran hombre, tan sencillo que seguro que no era consciente de su importancia para los que le conocimos y disfrutamos de su buen humor y de su cariño. Y es que los mayores huecos los produce el amor verdadero y sin reservas a los demás.

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