El libro de los mil principios

Es una inquietud, una ilusión, una aventura que deseo iniciar, pero no sé cómo. Mil principios llevo ya y no encuentro la manera de continuar más allá de un par de páginas. Será porque no tengo a la Musa a mi favor, o porque mi inspiración es de corto plazo y pequeñas alas. El caso es que me cuesta mucho trabajo iniciar una historia, continuarla y terminarla.
Lo más probable es que, por enésima vez, los árboles no me dejen ver el bosque y me estoy centrando en lo que no es esencial, y con cada pequeño capítulo, cada historia que voy escribiendo en mi diario cibernético, estoy construyendo un libro sin principio ni final, como es el tiempo o el espacio.
Sí. Probablemente sea eso lo que me ocurre. No soy escritora de novelas ni de relatos; más bien soy escritora de momentos, de esas cosas que te pasan de repente y te traen evocaciones de otras cosas o de otros sentimientos, de lugares y tiempos vividos antes y de algunos futuros.
Será, quizá, que también soy mujer de mil comienzos, de caer y volver a empezar, una y otra vez, como aquel Sísifo de los mitos que estudié en mi juventud. Por muchas veces que caiga, otras tantas me ayudan a levantarme, sean Cireneos reales o celestiales, pero el caso es que consigo levantarme y seguir adelante, si cabe, con más ánimo. Por más interrupciones de móviles (el whatsapp está dando la castaña más de la cuenta esta tarde) o de otra índole, sigo escribiendo porque me lo piden las manos. A pesar del calor del portátil en mis piernas, de las incomodidades para escribir, es una necesidad imperiosa hacerlo.
He encontrado también una válvula de escape literario en el facebook, pero prefiero extenderme más en mi propio blog, aunque ello implique llegar a menos “lectores”. Me conformo con mi familia del camino, esos ángeles de la guarda que he ido conociendo a lo largo de mi vida y que me demuestran día a día, su amor por mí y su desvelo por mi bien.
La parábola de los talentos me ha tocado muy dentro desde que era pequeña; sé que el escribir es un don más de Dios y que tengo que explotarlo y sacarle todo el fruto posible. Para eso lo hago, para darle gloria y hacer que llegue a todos los que pueda esta realidad de mi amor por él, de mi enamoramiento supino; no hay música ni poesía que pueda describir lo que es sentirse amada por Él, tocada por su mano, sentirle y percibirle en lo más hondo del corazón, con un gozo inefable que te llena y te plenifica, que te completa en todo lo que sabes que te falta, que es capaz de elevarte al cielo sólo con saberte mirada por Él.
Escribir es parte de mí, parte importante de Lola, una gracia de Dios que no tengo derecho a guardarme para mí, como tampoco tengo derecho a guardarme el otro don, que descubrió mi hermano hace muchos años y me reprochó -con todo el derecho- cuando intenté dejarlo: “Tienes un don en la garganta y no tienes derecho a guardártelo”. Cierto, querido hermano, no tengo ningún derecho a guardarme ninguno de los dones que he recibido de Dios. En ello estoy: cuando canto, lo hago para alabar a Dios, para expresar toda la alegría que inunda mi corazón, lleno, llenísimo de su amor sin límite ni medida.

El libro de los mil comienzos, buen título para la vida de un cristiano: caerse, levantarse y recomenzar, y así hasta el final de sus días. Así, hasta el final de los míos.

Comentarios

Entradas populares